Noreste del archipiélago Seor, isla Zaral.
En la pequeña y gélida isla, se alzaban monumentos de piedra cincelada de la forma más fina. Héroes de guerra, tanto los recordados como los olvidados, se exhibían con toda la gloria durante tiempos oscuros. Múltiples estatuas que decoraban un extenso prado de césped violeta, con el sol ocultándose en el horizonte.
Damián Méndez el Espadachín Blanco, Aiko Tanaka la Luna Negra, Iuitl la Rompecráneos, Vladímir Tárkevoch la Peste Sangrante, Li Yaling la Cadena Fúnebre, Paul Jackson el Decapitador y Dina Tragnak el Rugido Bestial. Los campeones se alzaban con gloria.
Vandhor el Dios Mundial, Zyldir el Dios Mágico, Drela la Diosa del Conocimiento, Pólheos el Dios de la Guerra, Kánoma la Diosa del Orden, Mhesry la Diosa de la Creatividad, Kyclos el Dios Diurno, Dhápedas el Dios de la Naturaleza y Therkyo el Dios Climático. El Gran Panteón en su culmen de poder.
Ríncarot el Dios Dragón, Faykron el Dios de la Prosperidad, Tímetis el Dios Monstruo, Qamirt la Caballera Plateada, Qúntua la Caballera de Bronce, Xindrat el Caballero Verde, Drangunius el Maremoto Cataclísmico, Garghkrus el Azote Nocturno, Alyndra Kaljor la Primera Airávata. Héroes de guerra que brillaron en su día.
—Dieron todo de sí —murmuró Ciniri Thalitro, una garuda, mientras observaba los monumentos que ella misma creó con pasión.
Se veía igual que el resto de garudas a excepción de tres cosas: una horrible cicatriz que empezaba desde la punta de su pico y llegaba a su sien izquierdo, la altura mayor al promedio (3,78 metros) y la ausencia del antebrazo izquierdo, el cual fue reemplazado por una prótesis tecnomágica. Vestía un sari azulado, blusa blanca y falda larga de color marino.
—Al igual que tú —dijo una voz suave y que expresaba un lindo afecto.
Ciniri miró a su lado derecho, encontrándose con una mujer de 1,89 metros de altura con una deslumbrante sonrisa. Su cabello blanco que parecía compuesto por hojas le llegaba hasta los hombros, su piel teniendo el color del ébano, con ojos azules hipnotizantes con iris en espiral y unas largas orejas puntiagudas. Su ropa abrigada era simple pero encantadora.
Kalandria Valtirae, de trescientos años, era la cuarta hija de Zetorián Valtirae, gobernante del Reino de Xyrnalia. A pesar de su buena relación con su familia, odiaba estar en casa debido a lo agobiante que es el ambiente de la realeza. Sumado a su afán por conocer Kinia, decidió emprender un viaje por el mundo.
Durante el mismo, se topó con la isla Zaral por un error de cálculo. Tras días de vagar sin rumbo por el océano, terminó en las orillas de la playa, siento encontrada rápidamente por Ciniri.
Casi una hora de negociación después, fue atendida por la garuda. Ciniri tenía un severo estrés postraumático y una paranoia latente, por lo que siempre se mantuvo en alerta ante la más mínima señal de peligro que pudiese dar Kalandria.
La elfa, por su parte, disfrutó bastante la estadía y le dio un amuleto a Ciniri para que ambas pudiesen comunicarse. La garuda desarrolló cierto apego hacia Kalandria, por lo que aceptó sin dudar y la vio partir con tristeza.
Con la comunicación constante entre ambas, un sentimiento diferente a la amistad se formó. Un año de visitas cada vez más largas y encuentros íntimos después, podían decir con firmeza que eran pareja.
Con la compañía de Kalandria, Ciniri se sentía más feliz que nunca. El estrés postraumático y la paranoia disminuían de forma significativa, por lo que los destellos de los horrores de la guerra que aparecían en su mente de vez en cuando la afectaban poco.
Claro, aún tenía problemas para dormir y a veces perdía el control de sí misma, pero era algo. Según Kalandria, quizá pudiese recuperarse en un par de años y vivir una vida plena.
ESTÁS LEYENDO
No-Muerto
FantasyLa búsqueda de la verdad, de sí mismo, es lo que lo impulsa en primer lugar. Sin embargo, más personas entran en su vida y lo llevan a un propósito mayor; pero, para llegar a obtenerlo, tendrá que recorrer un camino lleno de sangre.