Capítulo 96: Viaje grupal (Parte 1)

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Inmóvil, Saya mantuvo firme su agarre sobre su espada de madera. Su respiración ya se había regulado hasta el mínimo, todos sus músculos tensados al máximo y su mente enfocada.

Usó Masa Espiritual para avanzar varios metros en una fracción de segundo, llegando hasta un perchero que había comprado para practicar. El metal se dobló y su espada se rompió por el impacto, las astillas volando y el objeto cayendo por la fuerza de la muerta viviente.

Bien, bien, pensó Saya mientras caía de rodillas, limpiándose el abundante sudor de la frente. Ahora puedo atacar, lo que es un gran avance. El único problema es que siento que estoy por morirme en cualquier momento.

Tras una ardua práctica incesante de tres días y sus respectivas noches, la no-muerta había empezado a dominar poco a poco su poder de linaje. Claramente, la habilidad era imperfecta desde la base y era imposible perfeccionarla hasta que evolucionara, pero al menos era útil como medida desesperada.

Saya se levantó y estuvo por reiniciar su entrenamiento, cuando Vadirsón apareció repentinamente.

—¡Hey, Saya! —gritó desde la entrada al patio trasero de la posada—. ¡Ya tenemos que irnos!

—¿Ya? —Saya soltó un suspiro medio exasperado y medio aliviado. Estaba enojada por ser interrumpida durante algo tan importante, pero le alegraba poder reanudar su viaje de fortalecimiento físico y mágico y salir de Omnelia de una vez por todas.

Sólo necesitó un momento para despejar su mente de ideas innecesarias, yendo a bañarse cuanto antes y preparándose.

*

—Tardaste menos de lo que esperaba —dijo Vadirsón, sorprendido—. Incluso Timandra se tarda, ¡y eso que un poco más y es idéntica a un hombre!

—Vuelve a repetirlo y te corto la cabeza —siseó la Espadachina veterana—. Y hablo de ambas.

Vadirsón soltó un chillido bajo, retrocediendo y ocultándose detrás de Eleonora. La Maga Adepta suspiró con una sonrisa mientras era usada como escudo de carne.

—¿Dónde están Frosko y su hijo? —preguntó Saya, ignorando la situación.

El grupo de mercenarios ahora se encontraban delante de la entrada a la posada, en la acera. Según Vadirsón, Frosko y su descendiente deberían ir a buscarlos, pero Saya no veía al comerciante y su hijo por ninguna parte.

—Por ahí, mira —respondió Eleonora, señalando hacia la calle.

De entre los varios tipos de vehículos, un gran carruaje con un vistoso ornamento se acercaba. Con dos álobros tirando y un chófer élfico de vestimenta modesta pero cara, fácilmente podía ser reconocido como el medio de transporte de un comerciante de alto calibre como Frosko Yanmurt.

El carruaje frenó delante del grupo de mercenarios, la puerta abriéndose y revelando al susodicho. Vestido con esa típica mezcla de vestimenta élfica y humana, portaba una sonrisa tranquila.

—Entren, muchachos —dijo—. Si mi hijo no estuviese involucrado, los hubiese obligado a esperarnos en la entrada de la ciudad. Tomen esto como un privilegio.

Aunque sonaba medio arrogante, las intenciones de Frosko eran meramente cómicas. Aunque poseía un gran orgullo, siempre se destacó por tratar de forma igualitaria a quienes se lo merecían. Mostrar un poco de soberbia solía ser su manera de mostrarlo a sus camaradas.

El grupo de mercenarios entró al carruaje con rapidez, donde no sólo los esperaba Frosko. Junto a él estaba Kaeso Yanmurt, su hijo.

Su cabello verde brillante era largo y siempre estaba atado hacia atrás, sus ojos negros como la noche más oscura. A diferencia de su padre, su acumulación de grasa era escasa y se veía como un niño delgado, además de poseer unas facciones faciales delicadas que se consideraba «puro y atractivo» en la sociedad élfica, dándole un toque andrógino a su apariencia.

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