Un archimago y un maestro de espadas son existencias poderosas. Si se lo proponen, cada uno es capaz de una destrucción sin igual. Los casos contados no son tan numerosos debido a que nadie quiere una lucha de ese calibre. Sin embargo, cuando suceden...
Las calles estaban repletas de cadáveres, el crepitar del fuego se oía. Llamas negras estaban consumiendo edificios. Una parte de las murallas estaba destrozada. El castillo nacional era una amalgama de escombros. En la plaza central, dos personas se encontraban paradas, mirándose fijamente.
—Eres un desquiciado, melocotón —escupió más que decir Zángor, quien se apoyaba con una espada rota, arrodillado y manchado con sangre suya, de su enemigo y de inocentes. Su toga romana estaba rota, su piel repleta de heridas y su máscara tenía una pequeña grieta.
—Cuando luchas contra un oponente duro, debes hacer todo lo posible —rió el Corazón Férreo, su boca chorreando sangre al igual que sus múltiples lesiones.
Su armadura cambiaformas, «Mimo», ahora tenía su apariencia real: un blindaje pesado de color azabache con rayas plateadas con cristales elementales en el pecho, hombros, manos y piernas. Estaba hecha de qoterio: un metal mágico espléndido para almacenar encantamientos y con una magnífica resistencia natural, de la misma coloración que el artefacto defensivo y codiciada debido a su rareza.
Sostenía una espada larga con múltiples gemas elementales, la cual tenía grietas por todas partes y su suministro de energía era casi nulo. Su superficie era rojiza y pegajosa debido a la enorme cantidad de sangre. Ese mismo líquido estaba cubriendo todo el cuerpo del Corazón Férreo, perteneciéndole a él, a su enemigo y a inocentes.
—¿Por qué no usas tu hacha? —preguntó Zángor—. ¿O por qué no te transformas en esa bestia maldita? Hubieras acabado la batalla hace mucho. No hacía falta hacerme sufrir tanto, ¿sabes?
Escupió una bocanada de sangre, pero no se molestó en sacarla del interior de su máscara.
—Esta masacre... toda esta muerte... —dijo—.... Dioses, el apodo te queda bien. En serio que eres un despiadado. Dime, Corazón Férreo... No, Qaxión el Verdugo Perpetuo, ¿esto te hace feliz?
El susodicho iba a responder con un «no», pero se dio cuenta de algo.
Estaba sonriendo.
*
Ciudad de Farkerio, al este de la capital.
—Tienen más sangre fría de lo que pensé —dijo una joven, sentada con las piernas y brazos cruzados sobre una cama.
Luego de una buena alimentación, su cuerpo había ganado kilos y se veía más sana. Un buen cuidado le agregó el toque; su cabello castaño era lacio y algo brillante, sus ojos avellana dejando de tener ojeras.
Su mirada mostraba desagrado, asqueada por la situación. A pesar de no tener algún vínculo favorable con el Reino Vasallo de Litheris y su gente, el hecho de que tanta gente fuese masacrada sin poder defenderse en cuestión de minutos le revolvía el estómago. No dudaba en que, si hubiese estado allí para verlo con sus propios ojos, hubiese vomitado.
Luego de un tiempo en la Ciudad de Noreya, Jonathan se había marchado a Eighmouth para ayudar a Céphelus Lorthus. En cambio, Harry, Saya y Sarah Moghut fueron a la capital. Sin embargo, la joven demonio había desistido en participar en la masacre del castillo y se quedó cerca de la salida de Khéfalis.
Cuando los primeros signos de una catastrófica lucha entre Qaxión y Zángor aparecieron, fue llevada por Harry y Saya lo más lejos posible. Llegaron a la Ciudad de Farkerio poco después, donde consiguieron una habitación en una posada algo barata.
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No-Muerto
FantasyLa búsqueda de la verdad, de sí mismo, es lo que lo impulsa en primer lugar. Sin embargo, más personas entran en su vida y lo llevan a un propósito mayor; pero, para llegar a obtenerlo, tendrá que recorrer un camino lleno de sangre.