Capítulo 22: Eighmouth (Parte 1)

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—Eres lamentable —dijo una voz áspera.

Dentro del dormitorio de Zestror, el rey se encontraba arrodillado. Delante de él, se encontraba un artefacto cuadrangular de aspecto metálico, con un cristal del tamaño de una pelota de billar y con un color celeste brillante. Sobre el objeto mágico, se cernía un holograma hecho a base de magia de la luz, tanto solidificación lumínica como técnicas más simples y ahorradoras de maná.

La proyección mágica mostraba a un hombre de setenta años, su barba castaña como su cabello, sus ojos azules como los de un depredador, su cuerpo digno de tal denominación; musculoso y atlético, listo para la guerra. Sus ropajes eran caros, lo suficiente como para decir que cada accesorio vale una mansión o hasta más, parecidos a los que llevaría un emperador romano.

Crelius Dragh nació durante tiempos tranquilos. Lo tuvo todo desde el principio. Fue entrenado personalmente en las artes militares, demostrando su talento como guerrero. El dinero le alcanzó para hundirse en delicias, tanto alimenticias como carnales. Sus padres le enseñaron todo lo que pudieron y le dieron una educación de extrema calidad, convirtiéndolo en el emperador que es hoy en día.

Su primer contacto con el culto de Dylot fue durante sus primeros años como gobernante. Una noche, un archimago raro lo contactó y lo convenció de ayudar a la organización a cambio de poder mágico y militar. Las riquezas abundaron y pudo desahogarse con enemigos políticos, sacando toda su violencia interna en forma de torturas y peleas donde los arreglos lo favorecían.

Y de ahí surgió la caída de muchos.

Su gusto por la sangre y vísceras se incrementó. Le gustó la lucha, ver morir a sus oponentes entre lamentos. Y ese gusto se incrementó, como una bestia salvaje encerrada en una jaula. Mes a mes, sus ganas de matar eran mayores por el estrés. Los cultistas le entregaron más y más enemigos fáciles de vencer con los cuales desahogarse. Cada vez veían al emperador más y más bestial, sólo queriendo satisfacerse cuando no cumplía su papel de gobernante. Lo subestimaron, pensando que había llegado a un punto de no retorno.

Y Crelius odió esto.

No era idiota. Podía dejarse llevar por sus instintos, pero no lo era. Cuando la situación se volvía seria en algún sentido, su inteligencia dominaba el resto de sus aspectos. Y, cuando notó esos ojos que subestimaban su raciocinio, entró en cólera: los destrozó. Desmembró a los cultistas, acabando con sus vidas en un par de minutos. Los mató a todos y persiguió al resto, marcándolos como criminales de máximo nivel.

—Sólo tenías un trabajo —dijo Crelius, su voz transmitiendo su disgusto e irritación—: usar a ese mercenario como sujeto de pruebas. Pero escapó a pesar de tener a todo un cuerpo de caballeros encima. Y ahora, un año y pocos meses después, me vienes con esto. ¿Me estás diciendo que ese mismo conejillo de indias que se te escapó ahora es un ser independiente que trata de matarte junto a su hermana, que sólo los dioses saben cómo llegó a transformarse también?

» Dame una buena razón para no ejecutarte antes de que sea demasiado tarde.

—M-Mi señor, ésta es una situación que puede llegar a alturas inimaginables —dijo Zestror, su expresión nerviosa—. El potencial de ese muerto viviente es ilimitada debido a su conexión con Dylot. Su hermana no es más débil, para ser precisos. Son astutos y ambiciosos, ¡hasta ya lograron amistarse con uno de mis señores feudales más conocedores! Y eso sin contar con el Corazón Férreo.

El rey sintió un fuerte escalofrío con sólo mencionar ese apodo, casi tan maldito como el nombre de quien lo porta.

—Tienes un punto, pero todo esto surge de tu estupidez —dijo Crelius—. Subestimaste a ese mercenario, quien vivió en tierras en conflicto eterno mientras tú y tus caballeros fueron criados en cómodos castillos, protegidos del mundo exterior. Todos lo subestimaron y ahora sufren las consecuencias.

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