«No importa si nos cuesta años, le daremos a nuestra gente la vida que se merece. Una en la que no se deba temer a ningún monstruo. Una en la que las guerras no existan. Una en la que haya paz», fueron las palabras de Damián Méndez al crear la nación.
«No importarán la cantidad de esfuerzo, sangre, lágrimas y sudor. Juro por mi nombre y los dioses que nuestro deseo de un futuro mejor se hará realidad. Por mi esposo, mi hija y nuestra gente», había dicho Aiko Tanaka tras esas palabras.
Habiendo sido factores importantes para la derrota de Zakrón y su Ejército de los Cien Mundos junto a la finalización de la Gran Guerra, fueron los fundadores y primeros emperadores del Imperio gherciano. Habían conseguido llegar al rango de tarwón, sus poderes en conjunto rivalizando con potencias del calibre de un dios menor.
Damián tenía cabello desaliñado y ojos serios pero amables, con una barba incipiente y cuerpo musculoso, pareciendo tener más de veinte años. Aiko, por su parte, se veía como una mujer joven con cabello hasta los hombros, ojos afilados pero amables y cuerpo plano, viéndose como poco mayor de veinte años. O al menos eso mostraban las estatuas que Arnold y Valk observaban.
—No sé qué tan fieles sean a la realidad, pero están muy bien hechos —dijo el primero, viendo los monumentos en el Parque Campeón, el más importante de la Ciudad de Esperanza.
—Son geniales —asintió Valk, parado a su lado.
Ambas estatuas de dos metros de altura tenían sus propias inscripciones con resúmenes de las vidas de ambos campeones. En medio de los monumentos había un pequeño cuadrado de piedra que tenía el blasón imperial: un escudo con un fénix rojo en el centro con la primera corona imperial sobre su cabeza, un dragón azul arriba a la izquierda y un grifo negro arriba a la derecha.
El fénix representaba a la criatura única que alguna vez habitó el territorio donde ahora estaba construida la capital: Faykron el «Soberano de la Muerte», Primer Fénix y Dios (menor) de la Prosperidad. Aquel que podía destruir la corrupción mágica y convertir cualquier tierra infértil en un lugar próspero. Su mero aura podía pulverizar horda tras otra del Ejército de los Cien Mundos. Quien no cedió, muriendo y renaciendo una y otra vez. El que entregó su vida para proteger a Damián y Aiko, recibiendo respeto eterno. Faykron nunca tuvo hijos, por lo que su raza consistió en un único individuo.
El dragón representaba a Drangunius el «Maremoto Cataclísmico», el usuario de la magia del agua más poderoso que jamás haya existido. Sus hazañas eran tales que él solo pudo derrotar y matar al dios menor Jostramog el Ojo Rojo, uno de los miembros de la Junta Maldita (los generales del Ejército de los Cien Mundos). Entrenó personalmente a Damián y Aiko, protegiéndolos en varias ocasiones.
El grifo negro representaba a Garghkrus el «Azote Nocturno», su dominio sobre la magia de la oscuridad llegando a poder envolver en sombras a todo un país. Cuando la noche llegaba, él también. Cuando la última luz se extinguía, él seguía allí. Su voluntad era la de la penumbra. Aquel que impulsó a que Aiko se convirtiera en una de las magas oscuras más poderosas.
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No-Muerto
FantasyLa búsqueda de la verdad, de sí mismo, es lo que lo impulsa en primer lugar. Sin embargo, más personas entran en su vida y lo llevan a un propósito mayor; pero, para llegar a obtenerlo, tendrá que recorrer un camino lleno de sangre.