—¡¿Crees que eso es excusa suficiente para servir a un dios tan maligno como Dylot?! —La ira de Denys sólo incrementó, su cuerpo exudando un aura cada vez más opresiva—. ¡Mató a dioses durante la Gran Guerra! ¡Sirvió al Invasor, el mayor genocida de toda la historia! ¡Creó a los no-muertos, impidiendo que los cuerpos de los mortales descansen!
—¡Me parece más que suficiente! —rugió el Corazón Férreo, harto de charlar.
Llegó hasta Denys en un parpadeo, agarrándolo por el cuello mientras volaba a toda velocidad. Creó un portal, llevándolos de vuelta a la aldea de demonios.
Varios cientos de metros arriba, para ser exacto.
*
En su intento de huida, Jonathan se topó con Ozrad. El padre de Lhepas lo miró con odio, aunque, habiendo visto la breve pero opresiva lucha entre el Corazón Férreo y Denys, preguntó:
—Escapando de los problemas, ¿eh? —Sus palabras estaban llenas de desprecio—. Típico de un humano.
—¡Yo al menos trato de advertir a Beltran, pedazo de imbécil! —rugió Jonathan.
—¡¿A quién llamas pedazo de imbécil?! —Ozrad hinchó el pecho, agarrando su lanza con fuerza mientras se acercaba amenazadoramente al mercenario.
—¡A la pobre excusa de padre! —Jonathan tenía prisa, sí, pero también ira.
Había escuchado de parte de Sarah cómo Lhepas solía contarle sus problemas en el pasado, cuando ellos hacían los «entrenamientos para el casamiento». Cómo él contaba con odio el maltrato verbal, empequeñecimiento de sus logros y agrandamiento de sus fallas de parte de Ozrad; el desprecio que recibía, el miedo e ira que sentía hacia su padre.
Aquello le recordó a Jonathan a su difunto amigo Edmond. Él le había contado en más de una ocasión cómo recibía constantes abusos de su padre, tanto verbales como físicos. La inseguridad que le causó durante su niñez y adolescencia, su sombra aún persiguiéndolo incluso después de tantos años.
La ira de Jonathan se encendió cuando recordó aquello. Saber que alguien pasaba lo mismo por lo que pasó su difunto amigo era algo que lo enloquecía, pensando desde que llegó a la aldea alguna forma de detener los abusos de Ozrad.
Y ahora esa oportunidad estaba en bandeja de plata.
—¡¿Tratas de menospreciarme como padre, humano?! —Ozrad estaba furioso—. ¡Tu raza está plagada de codicia, envidia y maldad! ¡No tienes ningún derecho a decirme eso!
—¡Un buen padre nunca menospreciaría los logros y agrandaría las fallas de su propio hijo! —rugió Jonathan—. Lhepas fue criado con inseguridades y miedo, provocando que se desquitara con el resto para sentirse bien consigo mismo. ¿Y de quién fue la culpa? ¡Tuya, maldito desgraciado!
—¡Hijo de puta! —Los ojos de Ozrad se encendieron con ira, levantando su lanza.
Sin embargo, la punta de una espada ya rozaba su garganta.
—¡Apártate si no quieres que te mate aquí mismo! —rugió Jonathan—. ¡Tengo que ir a advertir a Beltran antes de sea demasiado tarde!
Ozrad tragó saliva, resignándose a bajar su lanza. Se apartó, dejando que el mercenario corriera hacia la salida de la aldea.
Ya solo, sintió sus hombros cargados por alguna razón.
¿Culpa?, se preguntó. Imposible. Hice lo que debía. Lhepas fue el causante de la muerte de Neky, por lo que debía hacerlo cargar con esa responsabilidad. Ese estúpido humano no sabe nada, sólo parloteando sobre eso y esto. No sabe nada...
Ozrad soltó un suspiro involuntario, sentándose en el piso. Vio a los guerreros ir de un lado a otro, todos tratando de comprender mejor la situación. Sin embargo, no se unió a ellos.
Se sentía pesado. Pesado por la culpa.
Soy un idiota, dejó caer sus hombros. ¿Por qué Lhepas debería tener la culpa? Neky murió por el síndrome de Zucrón. Ese humano tiene razón; soy una pobre excusa de padre. Una que nunca trató de cuidar a su hijo como uno. Alguien a quien nunca le importó sus sentimientos.
Ozrad se sintió sin energías. Quería levantarse e ir en ese preciso momento a donde estaba Lhepas. Abrazarlo y pedirle disculpas por todo lo que hizo. No iba a liberarlo de su culpa, claro está. Pero era lo menos que podía hacer.
Miró el cielo, soltando otro suspiro.
—Soy un...
Y, entonces, lo vio.
Parecía un meteoro. Una auténtica bola de energía chisporroteante que descendía a toda velocidad. Algo que emanaba una opresiva aura mágica. Una vorágine de magia a punto de explotar.
Lo siguiente que Ozrad vio fue blanco puro.
*
Cerca del borde del bosque, un portal se abrió y un hombre cayó de él. Conjuró agua para apagar las llamas, gritando de dolor y retorciéndose.
Eso estuvo muy cerca, pensó Beltran con hiperventilación. Si hubiese tardado unos minutos más, hubiese tenido un final mucho peor.
Se recostó contra un árbol, tratando de calmarse. Pero no pudo hacerlo bien, no con la mala noticia de la que se dio cuenta hace pocos segundos.
Mi fuerza vital...
Las almas son un tipo de energía que sostiene la conciencia y el sentido del yo. Cada existencia con sensibilidad tiene un alma, por muy insignificante que sea. Y una parte de ésta es llamada «fuerza vital».
La fuerza vital es una llama, la vida de cada ser vivo. Un fuego azul que representa su tiempo existente, una energía fundamental de la vida y una parte del alma. Además, si se tuerce de una forma específica, se puede cambiar de forma.
Beltran había pasado siglos extendiendo su esperanza de vida a través de la fuerza vital. Usando las enseñanzas de Qamirt la Caballera Plateada, pudo vivir mucho más de lo que un demonio puede usualmente (doscientos años).
Sin embargo, ahora pudo notar con una horrible claridad cómo su fuerza vital estaba apagándose. Su intensidad había bajado hasta casi la mitad, la desastrosa lucha contra Mordim empeorando su ya mala situación.
Por cómo estoy ahora, no creo que pueda vivir mucho más, pensó. Quizá unas pocas décadas o menos. Tampoco planeaba seguir extendiendo mi vida, pero saber que estoy por morir no es muy agradable...
Suspiró con fuerza, sólo teniendo ganas de dormir una larga siesta y olvidar todo por un momento. Sin embargo, se obligó a pararse y caminar, aún si era casi arrastrándose.
Tengo que ir con los demás.
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No-Muerto
FantasyLa búsqueda de la verdad, de sí mismo, es lo que lo impulsa en primer lugar. Sin embargo, más personas entran en su vida y lo llevan a un propósito mayor; pero, para llegar a obtenerlo, tendrá que recorrer un camino lleno de sangre.