Capítulo 20: Lo bueno no dura para siempre (Parte 1)

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Asco. Eso era lo que sentía Zestror Káthako, rey de Litheris, cuando se enteró del escape del miserable y repugnante mercenario que había entregado como conejillo de indias a su mayor aliado y amigo: Leewen. Se suponía que debería morir aquella noche. Que la sangre que el culto del Dios del Origen y el Fin lo hubiese matado y transformado en un monstruo controlable para los planes que tenía para su país. Y, sin embargo, ¡escapó!

Pero Zestror pudo sonreír una vez más. El ya anciano rey de un decadente reino como era Litheris se dignó a hacerlo. Ya habían pasado meses, y no se conocía nada sobre algún mercenario tan repudiable. De seguro había muerto. Ningún mortal había sobrevivido a la sangre de Dylot. Tampoco había prueba alguna que lo incriminase como el asesino. Litheris jamás se enteraría de lo que había sucedido aquel mes, no sin la hermana del mercenario muerta y su casa hecha cenizas. ¡La familia ni siquiera sabía que ambos estaban muertos!

Encima de todo, parecía que el país tenía una salvación. Tras la crisis económica producida por sabotajes de Austrion y los propios errores que cometió su linaje, Litheris podría encontrar la luz al final del pozo y escapar de la decadencia que atormentaba el territorio desde ya cinco años. El mercado estaba saliendo a flote gracias a la creación de artefactos producidos a raíz de lo que Leewen había aprendido del culto de Dylot. Las armas se vendían a montones y más se fabricaban cada día. Claro, algún día los recursos cultistas se acabarían, pero ya tenían una solución para eso.

Y, para agregar la cereza al pastel, su hija se casaría. Elizabeth Káthako, princesa de Litheris, se comprometería con Eyklas Fínterus, un marqués exitoso en el tema financiero. Había sido de los pocos gobernantes provinciales que habían mantenido a flote sus territorios y eludido gran parte de la decadencia nacional. Un joven prodigio con la próxima sucesora al trono. Todo marchaba viento en popa.

Y, sin embargo, la sonrisa de Zestror no era tan brillante.

Cada vez tosía más, y los toses se volvían más ásperos y dolorosos. Sus músculos se debilitaban y le costaba más moverse. Se sentía más cansado de lo habitual. La fiebre lo afectaba frecuentemente e iba en aumento el calor con el que lo azotaba. Quería pensar que era sólo uno de esos períodos de fuerte resfriado, pero el mago curativo que llamó un día no pensaba lo mismo. No luego de verificar cómo su fuerza vital se apagaba cada día.

—¿Crees que llegaré a verte en la ceremonia? —le preguntó a su hija una noche, cuando estaban cenando.

—.... —Elizabeth se quedó en silencio. Le costaba encontrar las palabras adecuadas y se notaba en su mirada cómo la sola consigna la atormentaba—.... No sé, papá.

—Sí, lo suponía —dijo Zestror con un suspiro—. No hace falta que te preocupes, entonces. Haré que venga William, y lo tendré que obligar si es necesario, para que me ayude a ver tu casamiento.

Había hecho ese pequeño interludio en su última frase de manera humorística. Quería sacarle una sonrisa a su hija.

Pero nadie sonrió.

*

Un mes después, William Monteazul llegó al castillo nacional de Litheris.

Es un amigo de confianza de Zestror: un híbrido humano-elfo, o también llamado sólo semielfo. Se ve como un hombre en sus treinta, con un ceño fruncido perpetuo, cabello marrón y ojos cafés. Su ojo derecho tiene la iris en espiral (heredado de su madre, una elfa y característica de dicha raza) y viste con ropajes cómodos y algo elegantes.

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