Capítulo 68: El peor de los males

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A pesar de los lujos, no se dejó consumir por la arrogancia.

Fui menospreciado por mi entorno.

Continuó su viaje como mercenario a pesar de las adversidades.

Fui pisoteado por el mundo.

Cuando fue traicionado, quiso avanzar con su vida.

Fui escupido por quienes consideraba familia.

A pesar de la rabia, trató de relacionarse con sus amigos y conseguir apoyo.

Fui rechazado por quienes consideraba amigos.

Incluso con el rencor, intentó que no afectara a inocentes.

Fui atacado por todos.

Tanto sufrimiento, tanto dolor. ¿Por qué tenía que ser la víctima? ¿Por qué se le concedió un destino tan cruel? ¿Por qué, por qué y por qué? La misma pregunta una y otra vez, carcomiendo a Alan Piers I como una enfermedad que se desarrollaba poco a poco y lo mataba por dentro.

Entonces, llegó a una conclusión.

En vez de víctima, seré el victimario.

Si el destino quería que no fuese feliz, él se opondría de la forma más violenta.

Incluso si se arrepienten...

Si el mundo le negaba lo que quería, él lo tomaría por la fuerza.

Patalean...

Si las personas se le oponían, él las eliminaría.

Lloran...

Si había un obstáculo, él lo destruiría hasta que no quedara nada.

Suplican...

Si todo y todos le deseaban lo peor, si querían que su existencia fuese reducida a nada, él...

Los aniquilaré.

La tristeza se convirtió en dolor, el dolor se transformó en odio, el odio se reformó en rencor, el rencor se desfiguró en sed de sangre, y la sed de sangre se volvió pura locura.

Ya no importaban las vidas del resto. ¿Qué hicieron por él más allá de destrozar sus esperanzas? No merecían su perdón en lo más mínimo, la misericordia era un concepto que se esfumó y que fue reemplazado por la más cruenta frialdad.

Las palabras de Zagloth le hicieron ver lo mal que había actuado hasta ese momento. ¿Por qué tendría que ser él quien cargase con la culpa de algo? Las manipulaciones del Señor de la Necromancia le revelaron una brutal realidad y la deformó en lo que Alan quería ver para desahogarse.

Todo el sufrimiento hasta el momento había sido desatado en odio puro.

Al principio, Alan era carismático y amistoso, tratando de arreglar las cosas con palabras. Sabiendo cómo son la mayoría de mercenarios, él había sido una persona amable.

Sin embargo, tras volverse anfitrión de Zagloth, todo eso se desfiguró en rencor, psicopatía y sadismo. Un proceso que se agilizó gracias a la manipulación psicológica (usando medios mágicos y no-mágicos) del Señor de la Necromancia, transformando a Alan en una persona irreconocible, tanto mental como físicamente.

Su cabello blanco creció de forma descuidada, sus iris se volvieron completamente carmesíes mientras que la esclerótica se tornaba negra. De su ojo izquierdo empezaban a surgir cicatrices y las raíces de escamas, la zona pintándose de un sutil rojo. Sus dientes se afilaron hasta poder desgarrar la carne con facilidad, su lengua transformándose hasta parecerse a la de un reptil y sus uñas convirtiéndose en garras.

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