Capítulo 33: Explicación (Parte 1)

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—... Aún sigo odiando al imperio —declaró Valk—, pero también me di cuenta de que hay algo más que sólo desesperanza. La ira no me llevaría a ningún lado. Me guiaste a un presente que nunca pensé que tendría: vivo en una cómoda casa, con un amigo irreemplazable y una ciudad que me ama. Tengo personas bajo mi mando que me respetan y viceversa. Siento que esto es mucho mejor de lo que pude haber logrado si mataba a ese señor feudal aquel día.

—Comparado contigo, no sufrí tanto —suspiró Arnold—, pero mi odio sigue ahí. Quisiera ver muertos a todos esos aristócratas podridos que acabaron con mi familia. Mi hermano y yo somos los únicos sobrevivientes del linaje Waargas, todo por culpa de la codicia. Sin embargo, debo admitir que tengo tantas cosas que aprecio que podría tirar a la basura esa venganza. Una ciudad bajo mi mando, tanto que necesita mi cuidado. No podría mirarme en un reflejo si dejara todo eso de lado por unos bastardos.

—Yo... —Valk estuvo por decir algo, pero Arnold lo interrumpió con un movimiento de su lado.

El señor feudal tenía los ojos entrecerrados en una mezcla de sospecha y preocupación, mirando al frente. Valk siguió su mirada y se encontró con un grupo delante de ellos. Un hombre, una mujer y una adolescente.

El primero tenía cabello negro y ojos rojos, la segunda cabello rubio y ojos verdes y la tercera cabello castaño y ojos avellana. Los tres estaban parados, el hombre siendo el que tenía la mirada más intensa.

Esos ojos rojos como los de un depredador lo observaban tan profundamente que Arnold juró que miraba su alma.

—¿Quién...? —Quiso preguntar, pero fue interrumpido.

—Arnold Xirdán Waargas —pronunció el hombre con una voz suave pero aterradora, acercándose caminando a él—. Señor feudal de la Ciudad de Waargas, acompañado por su fiel amigo Valk, el comandante del Cuerpo de Caballeros.

—¿Cómo sabes quiénes somos? —preguntó Valk mientras se ponía en guardia.

—Sólo un viejo amigo, si quieren decirlo así —respondió el hombre, ahora a tres pasos de Arnold y con su mano abierta para ser estrechada.

—¿Tú...?

—Soy Harry.

*

El cadáver de Zestror Káthako cayó con un ruido blando, su cráneo atravesado por una «flecha penumbrosa». El Salón del Trono se estaba llenando con un fuerte olor a hierro mientras más y más personas morían, masacradas por Saya.

Harry miró a su alrededor sin dejar de lanzar «oleada gélida». Pronto sus ojos se encontraron con los de William Monteazul y Leewen, quienes estaban escapando hacia una de las puertas.

Harry apuntó hacia ellos y conjuró una oleada gélida. Los fragmentos de hielo se supone que matarían a ambos en el acto, pero...

El anillo dimensional que William siempre llevaba consigo brilló y un escudo pequeño apareció en su mano. No, parecía más una placa de metal esmeralda. Emitió una intensa luz verdosa que hizo desaparecer la oleada gélida. Mejor dicho, la absorbió.

Una escama de hidra, pensó Harry con preocupación.

Las hidras son dragones menores y poseen una poderosa capacidad regenerativa, sus escamas esmeraldas pudiendo absorber magia.

Bueno, si no puedo usar magia, tendré que usar fuerza física, pensó Harry mientras amplificaba todas sus capacidades y daba un pisotón, impulsándose hacia William y Leewen.

Su espada se dirigió hacia este último, quien era un no-mago y no poseía ningún anillo dimensional del que pudiese sacar algún arma. Estuvo por decapitarlo de un solo ataque, pero un martillo de guerra con múltiples cristales elementales y hecho de un metal anaranjado.

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