Oscuridad. Una extensa negrura sin fin, un espacio donde el tiempo era ajeno a todo lo conocido. Los minutos parecían horas, las semanas eran días y los años eran segundos. No tenía sentido, nada dejó de tener sentido.
En medio de ese océano negro donde la luz había abandonado la existencia, Saya abrió los ojos. No, no tenía ojos. Sus labios abriéndose para articular palabras, el pecho inflándose y desinflándose por la respiración, la nariz tomando aire y los párpados cerrándose y abriéndose... nada existía.
Se sentía, extrañamente, tranquilo. Su mente estaba despejada, sin atisbo de cualquier idea o pensamiento. El blanco puro que se extendía por su psique era lo más cercano a dejar de existir aún existiendo.
Y, entonces, ocurrió.
Era como una avalancha cayendo por una montaña de miles de kilómetros de altura, una cascada desde los confines del espacio exterior. Más que un océano golpeando con todas sus fuerzas los muros de una presa.
Sentimientos, emociones... surgieron. Ira, tristeza, sufrimiento, felicidad, culpa, miedo, fascinación. Nada parecía tener sentido y lo tenía al mismo tiempo. Una contradicción que era opacada por el intenso, el indescriptible, dolor que se extendía por cada centímetro, cada átomo, de la existencia de Saya, al encontrarse en el epicentro de esa inmensa avalancha psíquica.
Mientras su cuerpo finalmente se materializaba, logró ver cosas entre el abismo de oscuridad. Personas... no, fantasmas, fragmentos de lo que alguna vez fueron seres vivos e inteligentes. Aunque su mente se sentía abrumada, los reconoció como lo que eran: los restos de la gente a la que mató, las almas absorbidas.
El comandante y Gran Mago Nervoz Zilo, el líder y padre ogro Yarg, la dulce madre ogra Nágriz, el afligido y querido Gerek. Una multitud de otras personas a las que había olvidado a propósito, sus nombres pisoteados y dejados en el olvido a pesar de que cada era una vida llena de tantos momentos, sentimientos y sueños que se les fueron arrebatadas por motivos egoístas. Incluso los que sufrieron muertes por sus propios errores...
—N-No... —La voz de Saya salió como un susurro ahogado por las lágrimas incontrolables que caían por sus mejillas.
Se apoyó con los codos, tratando de levantarse. Quería escapar, huir de toda esa gente... su pasado. Estaba aterrada, horrorizada ante las consecuencias de sus actos que ahora la golpeaban con una fuerza que podría ser incluso superior a la divina.
Esos rostros torcidos en expresiones furiosas y afligidas hasta un punto irreparable, esos fragmentos almáticos que no eran más que vestigios de lo que fueron personas con sus propios momentos de felicidad y paz, con sus propias aspiraciones por un futuro mejor y con vidas mejores o peores, pero que no dejaron de tener sus buenos momentos.
Quiso levantarse y correr tan lejos como pudo, pero algo la golpeó en lo más profundo de su psique. Un flujo constante de recuerdos.
Saya Zatúm, ése había sido su nombre en vida. Una joven de tan solo veinte años recién cumplidos que fue asesinada por enviados de Zestror Káthako junto a su esposo e hijo.
Nacida en la Ciudad de Kóron, fue hija de Qerinto Dermok y Zaniria Dermok. Pertenecía a una familia aristócrata de rango medio, dueña de una empresa de artefactos relativamente importante que le otorgó un prestigio alto en los negocios.
Su hermano, Tarqón Dermok, había sido un hombre que ocultaba más secretos de lo que a la familia le gustaba, pero su fama como mercenario daba beneficios importantes que lo dejaron con las riendas libres para viajar tanto como quisiera. Sin embargo, a pesar de la oscuridad que acechaba en su corazón, Saya lo apreciaba y siempre mantuvieron una relación más que decente.
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No-Muerto
FantasyLa búsqueda de la verdad, de sí mismo, es lo que lo impulsa en primer lugar. Sin embargo, más personas entran en su vida y lo llevan a un propósito mayor; pero, para llegar a obtenerlo, tendrá que recorrer un camino lleno de sangre.