Capítulo 108: Fin y comienzo (Parte 1)

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Sentada dentro del carruaje y sola, Purga estaba sobre su regazo. Su mano derecha tocó la empuñadura, estremeciéndose ligeramente antes de deslizarse por la extensa hoja y llegar a la afilada punta.

La función de un arma es matar.

Por un momento, Morrigan vio la espada manchada en sangre... y a ella misma.

Desde que nací, he sido usada, pensó. Saya Zatúm la humana fue utilizada por su familia para intrincados juegos políticos y ganar prestigio. Saya la no-muerta fue manejada como un arma misma, matando tanto a los enemigos del dios maldito que la revivió como sus propios intereses egoístas. Ahora Morrigan la eldritch se ve forzada a continuar ese camino.

Su cuerpo tembló, estremeciéndose.

¿Estoy destinada a ser el arma de otro?, se preguntó. Si es así, el destino es una mierda.

Dando un resoplido burlesco a nadie en particular más allá de esa abstracto idea.

No, no quiero ser el arma de nadie, decidió. Ya no quiero matar porque se me ordene... no, de hecho, quisiera no asesinar a nadie más. Pero eso es demasiado fantasioso, pues este mundo está tan lleno de peligros que, para sobrevivir, tengo que pasar sobre los cadáveres de otros.

Suspiró de resignación, sintiendo una poderosa culpa pesar sobre su pecho. Saber que tendría que matar era una cosa, decidirse a hacerlo era como una espada atravesando su cuerpo. Doloroso de admitir y tanto por digerir.

Pero no repetiré los mismos errores... o al menos trataré de no hacerlo, pensó. Sería tonto de mi parte pensar que la misma piedra no sería la razón por la que me tropiece de nuevo, sabiendo cuán imperfectas pueden ser las personas. Y, sin embargo, aquí estoy, aceptándolo.

No se sentía orgullosa ni mucho menos. De hecho, agregaba un poco más de culpa a su corazón al saber que tuvo que causar demasiado sufrimiento con tal de llegar a ese punto.

Si tengo que matar, lo haré. Cuando no, evitaré el asesinato, concluyó con cierto pesar. Sólo tengo que acabar con mis... enemigos.

Entonces, la apariencia psíquica de Dylot apareció en su mente.

Él es mi enemigo, razonó, pero no puedo matarlo. No aún.

Recordó una promesa que había hecho hace mucho, mucho tiempo. La había olvidado, en cierta parte.

Si tanto quiere que obtengamos los poderes para luchar contra los dioses, lo haré, una suave sonrisa apareció en su rostro. Pero las divinidades kinianas no serán las que caigan... Será él.

Con un parpadeo y como si hubiese estado cronometrado, tal como una obra de teatro siguiendo la etapa final, el abismo de oscuridad típico de los espacios mentales recurrentes entre mortal y dios se abrió paso hasta donde llegaba la vista. Sin embargo, había un cambio: Morrigan seguía sentada, una parte del asiento del carruaje perseverando junto a Purga.

—Vaya, vaya —dijo una voz, rezumando sarcasmo—, pero mira este espectáculo. Eso fue rápido, lo admito.

Entre la oscuridad, la figura de Dylot avanzó con paso lento y relajado. Pero su tono filtraba un leve, casi imperceptible, atisbo de irritación.

—Entonces, ¿qué harás? —Sus ojos se posaron sobre los de Morrigan—. ¿Vendrás hacia mí con esa delgada espada y atacarás? ¿O sólo te quedarás sentada como una imbécil? ¡Vamos, Morrigan la eldritch, quiero ver ese maldito potencial que tanto guardas dentro de ser!

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