Capítulo 69: Determinación (Parte 1)

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—¡¿POR QUÉ NO HICISTE NADA?! —preguntó Jonathan, ahora recuperado, mientras golpeaba la mesa con pura rabia.

Luego del secuestro de Sarah, el mercenario fue llevado por Qaxión a la Ciudad de Tárol y se explicó la situación al grupo. Hubo reacciones diferentes; Sermya lloró por la impotencia, Lhepas rugió de ira, la maldición de no-sentimientos de Saya flaqueó y mostró su furia, Beltran tembló de forma incontrolable y Harry fue imperturbable, analizando la situación con calma.

Sin embargo, hubo una conclusión en común: Alan era el enemigo.

—¡Pudiste haber perseguido a Alan gracias a que su portal dejó rastros al desaparecer! —protestó Jonathan, temblando por la impotencia y la rabia que lo consumían—. ¡Pero te quedaste parado! ¡NO HICISTE NADA!

Qaxión recibió las acusaciones con la cabeza baja, su mirada perdida mientras recordaba. Su cuerpo se estremeció con cada palabra, sintiendo cómo su corazón era apuñalado por una daga compuesta de la más cruda y dolorosa verdad.

—Yo... no pude —susurró, incapaz de ver a alguien a la cara.

—¡ERES UN PUTO ARCHIMAGO! —Jonathan lo agarró por el cuello de la camisa, obligándolo a que lo viera a los ojos—. ¡TIENES EL PODER DE APLASTAR UNA MALDITA CIUDAD! ¡¿Y me estás diciendo que no pudiste hacer nada?! ¡¿NADA?!

—Y-Yo.... —Las lágrimas empezaron a recorrer las mejillas de Qaxión, sintiendo que la culpa lo estaba destrozando por dentro—... ¡Yo no f-fui capaz! ¡N-NO PODÍA! ¡S-SIMPLEMENTE NO PODÍA! ¡EL R-RECUERDO...! ¡EL R-RECUERDO DE E-ELLA....!

—¿Ella...? —Jonathan soltó al Corazón Férreo, sus ojos velados por las lágrimas y también de duda—. ¿Quién...?

—M-Mi... hermana —respondió Qaxión, sintiendo el más cruel dolor devastándolo.

—¿Tu hermana...? —Jonathan se desplomó sobre su asiento, la rabia abandonándolo por un momento.

—Yo... t-tengo que contarles a-algo.

Qaxión lanzó un poderoso «silencio» alrededor de la mesa junto a una ilusión mágica que impedía que alguien pudiera leer los labios. Todos lo vieron con intriga, esperando.

El Corazón Férreo abrió la boca una y otra vez, tratando de decir algo. Pero las palabras no empezaron a salir hasta varios minutos después.

—Yo... soy un reencarnado.

*

En una versión de la Tierra, en una realidad distinta y en un tiempo diferente.

Nacido en la Alta Confederación Argentina (una versión imperialista de la República Argentina), Bernardo Navarro creció en un entorno complicado. De por sí estaba en una situación económica que le impedía darse ciertos lujos, teniendo el problema agregado de la intimidación que sufría en la escuela.

Pero, incluso con esas adversidades, no dobló la rodilla y continuó. Su fuerza de voluntad era destacable, sin dudas, estudiando y trabajando para ayudar a su familia hasta el punto de permitirse contados lujos.

Su hermana, Natalia Navarro, era una joven de 17 años. Una muchacha tierna y carismática que se preocupaba por su hermano menor: el entonces Bernardo. Tan linda y amistosa como era, su popularidad era notable dentro de su escuela.

Ambos se llevaban extremadamente bien, bromeando entre ellos cada que podían y hasta saliendo a fiestas. A pesar de que Bernardo era algo tímido, con Natalia se mostraba más enérgico y hasta podía entablar buenas amistades con algunos conocidos de su hermana, los cuales eran mayores que él.

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