Se encontró de vuelta en la Cámara de Reuniones, su corazón latiendo a mil por hora que parecía estar a punto de estallar o salirse de su tórax. Su frente estaba llena de sudor y sentía una poderosa migraña atacándolo, las miradas preocupadas y alertadas de todos fijas en él.
—¿Papá? ¡¿Qué pasó?! —preguntó Kemuel Valtirae, segundo príncipe, prácticamente saltando de su asiento con tal de ver bien el estado de su progenitor.
Su cabello carmesí era tan distintivo y parecía arder como el sol mismo, sus ojos negros eran como dos abismos de oscuridad. Su complexión era más musculosa de lo que en la sociedad élfica se considera apto, con facciones afiladas y una cicatriz incurable en la mejilla derecha.
Zetorián ignoró hasta a su propio hijo, enfocándose únicamente en Kalandria mientras su mente se devanaba a toda velocidad con tal de encontrar las mejores formas de manejar la situación.
—¿Dónde lo conseguiste?
—En Alfheim —respondió igual de seca Kalandria, mostrando una mirada firme—. Cuando Ciniri fue asesinada por esos bastardos, tuve un encuentro con un hombre enmascarado que trató de engatusarme. Cuando me negué, casi muero si no fuera por la ayuda de nuestros hermanos isleños. Fue en ese momento, cuando me recuperaba, queme encontré con el Dios de la Magia en un sueño.
—Un sueño... ¡Imposible! —exclamó Zetorián, escuchando las palabras de su hija como si fuesen las locuras de un esquizofrénico—. Ningún mortal puro puede...
Entonces, recordó las palabras de Zyldir.
—«Cuando los dioses entran en juego, lo imposible puede hacerse posible».
—¿Eh? ¿A qué te refieres? —preguntó Tabris Valtirae, tercera princesa.
Su cabello blanco brillante siempre estaba amarrado hacia atrás, resaltando sus hermosos ojos azul oscuro. Su cuerpo esbelto demostraba a la perfección su buena alimentación y la escasa acumulación de grasa de su raza, con un único defecto notable en su físico siendo su nariz aguileña.
—Lo que quiero decir... —respondió Zetorián, pensando con detenimiento cada sílaba que estaría por declarar—... es que estamos en guerra bajo órdenes divinas.
*
El cadáver de Vardwyr Ardun fue todo un festín en cuanto a posibilidades. Sus escamas, carne, huesos, órganos internos, dientes; todo era útil para crear todo tipo de artefactos, desde una simple cuchilla para cortarse el pelo hasta una espada capaz de destrozar una muralla reforzada como si fuese papel mojado.
Lirián la Felonía Incasta, lacaya de Dylot, hace tiempo que había usado el cadáver de Vardwyr para crear una armadura: «Aurora Negra», la cual usaría la entonces Saya. En cambio, utilizó el cadáver de Ciniri Thalitro para fabricar un segundo conjunto al que llamó «Atardecer Abisal», la cual portaría Harry.
Cortacielos, las garras mágicas de Vardwyr, tuvieron que ser revisadas minuciosamente para evitar que la más mínima de las modificaciones active los encantamientos autodestructivos. Un tiempo significativo dentro de un campo repleto de matrices de contención fue suficiente para revelar sus secretos, permitiendo el libre uso del artefacto tras algunos ajustes.
También se había podido desbloquear el neovisualizador de Vardwyr y aprender los misterios detrás de la matriz de Exterminio Absoluto ideada por Ciniri, pero ninguno de los dos tenía un uso. Queriendo ganar dinero, Harry vendió el primero y dejó los planos del segundo en manos de Qaxión, quien se los pasó a Beltran.
Por desgracia, la armadura cambiaformas de veslatrium que perteneció a Vardwyr ya era inutilizable. Lo único bueno que pudieron hacer con él fue vender los materiales restantes, la pequeña fortuna ganada por eso y la venta del neovisualizador usándose para medio pagar los servicios de Lirián.
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No-Muerto
FantasyLa búsqueda de la verdad, de sí mismo, es lo que lo impulsa en primer lugar. Sin embargo, más personas entran en su vida y lo llevan a un propósito mayor; pero, para llegar a obtenerlo, tendrá que recorrer un camino lleno de sangre.