Capítulo 27: Mi dulce niña (Parte 1)

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Una sonrisa brillantemente espeluznante se formó en la oscuridad de los escombros, cada persona en Eighmouth sintiendo un escalofrío. Harry, Saya, Sarah, Jonathan y Céphelus se encontraron siendo empujados por una fuerza tan feroz y veloz que, en cuanto notaron la presencia desconocida que los movía, era demasiado tarde para reaccionar, dándose cuenta de que habían atravesado un portal.

Todos estaban estupefactos. Estaban en campo abierto, ni edificios ni otras personas. Lo único que veían era una ciudad en la lejanía. Se miraron entre sí y se hicieron preguntas que no pudieron responder.

Harry y Sarah no preguntaron sobre las naturalezas del otro. Se resignaron a dar un asentimiento significativo. Jonathan y Céphelus estaban demasiado centrados en Luke y Los Imperiales como para haber notado mucho, aceptando quedarse en silencio sobre el tema de los demonios; tal como se había dicho antes, el comandante era un tipo comprensible.

—Supongo que tendré que encontrar una forma de regresar —dijo él, rascándose la nuca. Aún seguía impactado por el asunto—. Reconozco que tienen un aliado poderoso, si es que suponemos que son parte de ustedes. No duden en llamarme si necesitan algo; haré todo lo posible para ayudar.

*

Ciudad de Khéfalis, en el castillo nacional, en el comedor.

Los Imperiales fueron arrasados, pensó Zestror, sentado mientras comía pescado asado. Gehor estaba muy alterado. Suerte que no tanto como Luke... ese bastardo. Fracasó tres veces y encima fue asesinado, llevándose consigo a casi todo mi grupo de élite.

Zestror suspiró, tratando de calmarse. Ya había gritado mucho y prefería dejar en paz a su garganta. Ni hablar de su maltratado cuerpo.

Lo único bueno es que la ascensión al trono de Elizabeth es en una semana. Falta muy poco para ver a mi pequeña volverse la nueva reina, pensó. Ah, qué recuerdos aquellos. Parece como si hubiera sido ayer aquel día donde se marchó a estudiar.

La nostalgia del momento casi le hizo derramar una lágrima, pero también agrió su estado de ánimo. Bajó la mirada, viendo su muñeca izquierda. Tenía un brazalete de oro con un cristal multicolor, el artefacto que William le había creado para mantener estable su fuerza vital; la gema elemental daría un suministro constante de maná al objeto mágico, el cual lo refinaría y usaría un método eficiente para alargar la vida de Zestror. El maestro forjador lo había llamado «Ayudante Vital».

Falta poco, así que no me falles, pensó el rey de Litheris mientras acariciaba el artefacto. Hazme ver a mi hija en el trono, por favor. Si no lo logro, moriré arrepentido.

—¿Estás bien, papá? —preguntó una preocupada Elizabeth Káthako, quien estaba sentada a su lado—. Te ves tenso.

Su cabello rubio trigo estaba atado hacia atrás, sus ojos azules mirando a su padre con inquietud. Parecía de poco más de treinta años. Tenía un hermoso cuerpo, su belleza deslumbrante y su radiante aura no-mágica le sacó una sonrisa a Zestror.

—Sólo estoy nervioso —le dijo a su hija, tratando de calmarla—. Ya falta una semana, después de todo. Serás reina y podrás sentarte en el trono junto a Eyklas. Me siento orgulloso y ansioso. Por cierto, ¿cómo está ese joven? No lo veo desde hace un tiempo.

—... Está en su marquesado —respondió Elizabeth, quien notó con claridad el brusco cambio de tema—. Está manejando temas financieros y toda la cosa. Parece que consiguió una prometedora alianza con un comerciante.

Eyklas, ese joven tan talentoso. Es un tipo muy agradable y es tan inteligente... Sí, no me molestaría que me diga suegro, si es que llega a poder hacerlo, Zestror sintió que su estado de ánimo se volvió sombrío debido al pensamiento, por lo que suspiró y se deshizo la idea con una barrida de mano mental.

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