Capítulo 93: Una vieja aliada (Parte 2)

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Sentada con las piernas cruzadas sobre el césped, Saya cerró los ojos.

¿Soy débil?, se preguntó, regulando poco a poco su respiración. ¿O él es fuerte? ¿O ambas cosas?

Fragmentos de su batalla contra Túdyr pasaron por su mente. No le generaron nada más que incógnitas.

En todo caso, debo ser más fuerte, se dijo. La última vez, fui demasiado lenta. Me dejé golpear como un saco de boxeo, incapaz de defenderme correctamente. Fue un error tan grave que casi me lleva a mi derrota... No, eso fue una derrota en toda regla; escapé.

Cuando su respiración se reguló por completo, pareciendo casi que no lo hiciera, se levantó con lentitud.

Si quiero tener más oportunidades de vencerlo, al menos debo saber defenderme, concluyó. No, sería más correcto decir que tengo que saber esquivar. Sus ataques son poderosos y sólo gastarán mi maná inútilmente. No puedo seguir el ejemplo de Harry y ser golpeada todo el tiempo.

Por un momento, pensó en su hermano. Él siempre se dejaba atacar, drenando sus reservas de maná a cambio de generar un cierto sentimiento de suficiencia en el enemigo. Después de todo, si el oponente creía que sus asaltos eran efectivos, disminuiría instintivamente su potencia al creer que no sería necesaria y que su objetivo estaría cada vez más cerca de ser derrotado.

En la mayoría de casos, aquello servía. Saya había seguido el mismo modus operandi de Harry desde el comienzo, incluso antes de conocerlo. Sin embargo, la muerta viviente notó con horrible claridad lo deficiente que era contra enemigos específicos.

Personas como Túdyr no caerían en una táctica así. No cuando la rabia insaciable lo consumía, instándolo a atacar con todo lo que tenía sin importar el qué. No descansaría hasta ver a Saya hecha menos que cenizas, gastando hasta la última onza de maná con tal de cumplir su objetivo. Lo único que pasaría sería que la potencia de sus asaltos sería cada vez mayor al ver que la muerta viviente continuaba en pie.

Si quiero derrotarlo, debo hacerlo mejor, razonó Saya, abriendo los ojos. Literalmente.

Entonces, para asombro del pequeño público cercano que la observaba desde el comienzo, la muerta viviente desapareció de su lugar. Para el ojo de una persona común, fácilmente pudo confundirse con teletransportación. Sin embargo, con sólo recordar que Omnelia sellaba todo tipo de magia a gente no autorizada, la idea era inaudita.

Saya se había movido con una velocidad digna de un Espadachín Veterano, algo que hubiese sido imposible sin medios mágicos. Algo que era imposible en la ciudad y doblemente comprobable para cualquier mago, pues la muerta viviente no había soltado una sola chispa mágica.

La respuesta a todo era... media desconocida, pues Saya había descubierto aquella habilidad mientras trataba de saber qué era la Marea Aplastante. Lo que la pequeña multitud había presenciado no había sido más que la muerta viviente cubriéndose parcial y momentáneamente con su propia alma, volviéndose etérea a la vez que avanzaba con toda la velocidad que podía. La falta temporal de masa la volvía extremadamente rápida.

Ni siquiera Saya era capaz de comprender con claridad qué se suponía que estaba haciendo al poner en práctica la reciente habilidad, a la cual atribuyó a su cercana evolución. Aunque lo intuía en cierta manera, no podía saber que se trataba de una manifestación imperfecta de su poder de linaje: Masa Espiritual, la cual requería que se cubriese completa y perfectamente con la parte más superficial de su alma como un manto, volviéndola lo más similar a un fantasma de energía que no puede ser dañado por medios físicos.

Cuando Saya atravesó una distancia considerable utilizando Masa Espiritual, su cuerpo se encontraba temblando. Una cantidad exorbitante de sudor caía mientras su respiración era entrecortada, sintiendo que hubiese gastado casi todo su maná a pesar de que aquella energía ni siquiera había sido tocada.

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