Capítulo 48: El Caballero Negro (Parte 2)

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Los espíritus los atacaron con conjuros, puñetazos, garras, dientes y embestidas. Saya fue golpeada en la cara, Sarah lanzada al suelo, Sermya desgarrada y Lhepas empujado lejos.

Saya trató de defenderse usando una espada mágica dada por Beltran, pero un espíritu elfo usó magia secreta de su raza para crear un desequilibrio mágico en las gemas del artefacto, provocando una explosión que la destruyó. Sarah, Sermya y Lhepas, en cambio, sólo se vieron envueltos en un aluvión de ataques.

Beltran logró evitar los ataques usando una barrera espiritual, usando magia de la oscuridad para atacar más eficazmente las runas que mantenían estables a los espíritus, deshaciéndolos. Viendo que esto no era suficiente, conjuró láseres espirituales teledirigidos, los cuales destruyeron las runas de cada espíritu que alcanzaban.

Sin embargo, el festival espectral no dejaba de atraer más y más espíritus, haciendo que el lugar pareciese estar cubierto por una espesa neblina pálida.

Y, mientras que Beltran se preocupaba por ello, Mordim no desperdiciaba el tiempo.

Su fuerza vital cambió de forma, disminuyendo el volumen de su cuerpo y transformándolo en un humano. Un hombre de 1,93 metros de altura, cabello negro, ojos completamente escarlata brillante, contextura musculosa y piel azabache con escamas ahí y allá. Estaba desnudo, su boca lleno de dientes afilados y lengua serpentina.

Mordim aprovechó que disminuyó su tamaño, escapando del bégimo y cegándolo al perforar sus ojos con dos jabalinas que explotaron poco después. Luego obligó a su cuerpo a escupir un anillo dimensional, el cual se puso para poder sacar...

Mi armadura, pensó al ver el equipamiento encantado tan negro como la tinta. Con esto y mi espada Mónkod, podré matarlos en un santiamén.

Sabiendo lo poderosos que son los dragones, es una estupidez crearles una armadura y arma cuando ni siquiera salen del Hogar de los Dragones. Sin embargo, cuando inició la Gran Guerra, se necesitaba más que eso.

Es por eso que a Mordim y a sus hermanos Qamirt, Qúntua y Xindrat se les dio armaduras y armas encantadas. Las primeras tenían la masa suficiente para cubrir sus formas de dragón, mientras que las segundas servirían cuando tuvieran que luchar en una forma humanoide, donde no serían un blanco fácil por el tamaño.

A Mordim se le había dado la armadura Gaglok y la espada Mónkod. El primero significaba «devorador de luz» y el segundo «cortador de la luz», ambos en idioma antiguo. El Caballero Negro nunca se molestó en traducirlos, dejándolos con sus nombres originales.

Gaglok se transformó en un líquido negro que cubrió el cuerpo humano de Mordim, volviendo a su forma de armadura. Mónkod, en cambio, salió disparado hacia su mano, las dos gemas en su hoja brillando de azabache y rojo; eran del tamaño de dos grandes manzanas, teniendo las esencias de la oscuridad y del fuego, los elementos de la destrucción y con los que el Caballero Negro estaba en sincronía más que absoluta.

Mordim cerró los ojos, tomando aire y exhalándola por la boca.

Y, de pronto, todos menos Beltran sufrieron un escalofrío.

El aire se volvió frío, una neblina negra expandiéndose por el lugar. El cielo estaba cubierto de siete enormes halos azabaches, uno más grande que el otro y achicándose mientras más alto estaba; estaban repletos de runas que, en idioma antiguo, significaban: «muerte», «destrucción» y «arrasador».

Y, cuando Beltran lo vio, su cara se volvió pálida.

—¡Un «juicio aniquilador»! —exclamó con pánico.

Era un conjuro nivel cinco. Un pilar de oscuridad caía del cielo, robando el maná de todo; artefactos, almas errantes, del ambiente, todo lo que no fuese del lanzador. Luego volvía a aparecer, ahora del suelo, para expulsar toda esa energía en un poder aniquilador que arrasaba con todo ser que tuviese una fuerza vital.

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