Capítulo 76: Lagartija menor (Parte 1)

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El Ejército recibió la petición con incredulidad. Los que conocían la zona sabían que podría considerarse la más segura de la región, pues la población monstruosa y bestial es sorprendentemente ínfima. Incluso los que desconocían del pueblo pudieron leer en los archivos militares los datos y notar lo inusual que era la situación.

Gracias a las conexiones de Qaxión, la misión no tardó mucho en caer en las manos de Harry.

Se supone que Gelacia tiene bastante población considerando su tamaño, pensó el muerto viviente mientras descendía tras una hora y media de intenso vuelo, pero no escucho a nadie.

Estaba a no muchos metros del pueblo, el cual estaba bien amurallado. Sin embargo, el bullicio típico de un núcleo poblacional era nulo, lo único oíble siendo el viento soplando y las criaturas a lo lejos, demasiado para ser natural.

Además de esos datos tan irregulares, Harry sentía algo... raro. No, era mejor describirlo como «perturbador». Una sensación inquietante que penetraba las profundidades de su psique como un maremoto alborotador, una presión mental que amenazaba su sentido del yo con una alteración irreparable y tétrica.

¿Qué... es esto?, la conciencia de Harry parecía ser atraída hacia Gelacia, sus pies moviéndose hacia aquel aterrador pueblo.

Su mente era invadida cada vez más por un malestar incomprensible. Una sensación inextricable de anhelo, unos hilos invisibles que lo movían como una marioneta hacia un lugar donde la decadencia psíquica era plausible a simple vista.

Ese deseo atávico de unirse a algo de un arcaísmo inconmensurable para su mente mortal, alejada por completo de conceptos que van más allá de lo que la psique de su universo podría comprender. Era imposible. Un inexorable destino de locura era lo único que le depararía a quien osase indagar en algo de tal calibre.

No era humano.

No era demoníaco.

Era mucho más.

¡No puedo parar!, pensó Harry con pánico, su maldición de no-sentimientos debilitándose mientras más se adentraba en el Pueblo de Gelacia. ¡Esto debe ser algún tipo de hipnosis mágica! ¡¿Qué carajo es lo que me está atrayendo?!

La desolación del poblado era tétrica, los múltiples cadáveres agregando el último clavo al ataúd. Decenas de cuerpos flácidos que parecían haber perdido todo líquido y masa, volviéndose meros sacos de piel y huesos de ojos vacíos.

El pútrido olor no era nada a comparación a la presión psíquica que se ejercía sobre Harry. Sentía que cada minuto que pasaba era un ataque a su raciocinio, que toda individualidad y sentido del yo desaparecería para siempre en cuanto bajase la guardia.

Y eso lo aterró.

¡NO!, pensó, la maldición de no-sentimientos debilitándose más y más. ¡NO PUEDE SER POSIBLE! ¡NO TIENE SENTIDO! ¡¿QUÉ HARÍA ESO AQUÍ?! ¡¿POR QUÉ ESTARÍA ESA MALDITA COSA AQUÍ?!

Sentía que la presencia invisible de Dylot en su mente trataba de imperar en la situación, pero forzar un espacio mental parecía imposible. El Dios del Origen y el Fin, dentro de su guarida secreta, no podía hacer más que maldecir ante un giro de acontecimientos tan repentino y ridículamente perturbador. Ambos, dios y mortal, ya sospechaban y hasta podían afirmar con total horror lo que estaba pasando en realidad.

¡UN MALDITO FRAGMENTO DE ZAKRÓN!

Dos esferas cristalinas de color verdusco del tamaño de ojos humanos flotaban en el centro de Gelacia, un aura de puro poder psíquico envolviéndola y teniéndola como eje. Una existencia tan aborrecible que desmayaría a muchos, los fragmentos de un ser antiquísimo y de maldad incalculable.

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