CAPÍTULO 39

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El vestido negro que Aurora le había conseguido era perfecto para la ocasión: mostraba lo necesario y ocultaba lo imprescindible.

Una vez en Japón, decidió hacer exactamente lo mismo que en Bolivia: rentó dos habitaciones: una para el sexo femenino y otro para el masculino. Algo que era una pequeña manía que nunca logró superar desde su época en la Guardia, donde eran muy disciplinados con la separación de géneros.

Pero no se fue de Perú sin antes contactar a las entidades constructoras de Paraíso para informarles sobre el colapso del puente, y también, para ofrecerles la ayuda y colaboración de la banda para que acompañaran y ayudaran a los albañiles durante algunas horas para reconstruirlo.

La banda se quejó, pero Twila les dejó muy en claro que no se irían de ese país hasta no mover y acomodar unas cuantas tablas.

Y todos casi apedrearon a Pronto.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó Eli, quien entró en la habitación de las chicas para ver cuáles eran los planes de Twila.

Todo el día ella pasó planeando lo que tendría que suceder en la fiesta del tal Nishimura. Pero en todos esos planes, Eli, en ninguna ocasión, escuchó que ella los mencionara a ellos.

—¿Nos vamos? —repitió ella mientras observaba su impecable reflejo en el espejo y luego, lentamente, deslizó la barra de labios, de un color rojo intenso, sobre sus labios. Parecía tan absorbida en una tarea tan aparentemente mecánica y sencilla que hasta parecía no haberse dado cuenta de la pregunta de Eli, quien estaba recostado en la puerta.

Eli miró la impecable vestimenta de Twila. El vestido corto, ajustado de la parte superior y semiholgado de la falda. Su cabello lo llevaba suelto, y todo caía hacia el lado derecho de su cabeza, cubriendo el auricular.

Tal vez eran los celos de hermano aflorando, pero no le gustó la idea de que los demás la vieran vestida así.

Le desagradaba demasiado ese vestido. No sabía por qué. No entendía si era la falda que llegaba muy por encima de sus rodillas, o era el escote un tanto revelador.

Sabía que Twila se vestía como quería, y muchas de las veces usaba ropa que atraía demasiadas miradas. Y eso era exactamente lo que no le terminaba de gustar.

No después de haber escuchado al tal Jonathan.

—Eso me suena a manada, Eli —dijo ella después de guardar el labial en su neceser. La mirada acusadora de Eli ya la estaba incomodando. Ni siquiera su padre la miraba de esa forma cuando se vestía de la forma en que lo hacía, porque él sabía perfectamente que a ella le sobraban medios para defenderse de cualquier agresión—. Voy sola —tomó su bolso, se dio vuelta y caminó hasta la puerta.

Tanto Trixie como Eli quedaron sorprendidos con la respuesta. Así que Eli no se movió de la puerta para bloquearle el paso. Se veía molesto.

—¿Qué vas sola? ¿Estas loca? —respondió él—. Estamos en esto juntos. No vas a ir sola.

Twila lo miró un tanto indiferente.

—Con los Yakuza me gusta tratar sola, Takamoto no es alguien con el que puedas entrar en diplomacia tan fácilmente. ¿Ahora me dejas ir?

Trixie estaba sentada en la cama, con Aries en brazos, quien había ido a ella por algunos mimos. Ella prefirió no meterse en el asunto.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora