CAPÍTULO 30

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—Ya dime algo, papá.

Richard Croft arqueó una ceja.

—¿Cómo quieres que te diga algo si acabas de entrar?

—¿Ah, sí? —Twila llevó su mano a la barbilla y luego sonrió, inocente—. Lo siento, me adelanté.

Richard Croft negó, cansado.

—Además, creo que eres tú quien me debe unas cuantas palabras, Twila.

«Bitácora de Twila: El interrogatorio 487 se encuentra en proceso», pensó Twila.

Después de responder al interminable interrogatorio de su madre, Twila se dirigió a la biblioteca de la mansión. Sabía que su padre, al igual que ella, se la pasaba un largo tiempo ahí cuando tenía que recuperar algún artefacto o reliquia. Y así fue.

Lo encontró inclinado sobre una de las mesas que siempre mantenía en la biblioteca, con un sin fin de mapas desperdigados sobre ella y sobre el piso.

Aun con el pasar de los años y a pesar de tener cincuenta y cinco años, él seguía siendo el mismo hombre alto y fornido que había conocido en el pasado, y del que aún sentía una inmensa admiración.

Intimidaba a primera vista, y a pesar de que ya no pertenecía a la aristocracia, su porte siempre se mantuvo. En su cabello café no sobresalía ni una sola cana. Todos sus empleados le tenían un inmenso respeto y un gigantesco terror. Su aura los hacía sentir como a una hormiga.

Pero cuando se trataba de su familia era absolutamente todo lo contrario. Era compasivo, consentidor, alegre, demasiado sobreprotector y de un carácter totalmente blando cuando se trataba de su esposa. Pero no era bueno jugar con sus límites. Y ella lo sabía bien.

—Estoy en problemas, ¿cierto?

—Prometiste que no te acercarías a él.

Twila bajó la mirada y comenzó a mover el talón del pie, nerviosa.

—En mi defensa, yo no me acerqué a él, él se acercó a mí.

—Y tú, gustosa, lo ayudaste.

—Solo tenía que traducir un libro. Y pensé que me libraría de un problema.

—Y ahora el problema estará durmiendo en la habitación de al lado, ¿no?

Twila se mordió el labio, nerviosa.

—¿Y qué harás ahora? —preguntó él.

—Cumplir lo que prometí.

Richard Croft no pasó desapercibido que Twila se veía un poco más pálida que cuando se fue, y eso que su tono de piel siempre fue blanco.

Y eso solo se debía a algo.

Se acercó a ella y con delicadeza la tomó del mentón y le elevó el rostro. Observó con detalle su aspecto y comprobó sus sospechas.

A Twila le extrañó que él la examinara como si de una persona extraña se tratara. Pero entendió la razón cuando su padre preguntó:

—¿Te ha vuelto a pasar?

Twila abrió los ojos al percatarse de la pregunta, y como si de una revelación se tratara, comenzó a hacer memoria.

Claro, en ese momento no se percató, pero esa fue la razón por la que se sintió débil la noche en la que habló por primera vez con Eli, cuando fingió ser Carolina. Y por eso casi se desmayó la noche antes de encontrar las armerías.

«Maldición, lo olvidé», pensó.

—Veo que sí —dijo Richard Croft.

Twila levantó la mirada rápidamente, todavía divagando en sus pensamientos.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora