CAPÍTULO 20

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—Es un gusto hacer negocios con usted, Richard Croft.

—No es un negocio, Hamilton. Sabes que para mí será un gusto encontrar semejante tesoro como lo es la estatua de Durga —añadió forzando su mejor sonrisa.

Claramente lo de semejante tesoro, lo había dicho solo como formalidad.

Richard Croft estaba en su despacho junto con el director del Museo Británico, Christian Hamilton.

El último mencionado había llegado en la mañana para suplicarle a Richard Croft para que buscara y recuperara una antigua reliquia india dedicada a Durga, diosa de la guerra y la venganza.

A Richard Croft jamás le interesaron esa clase de antigüedades. La estatua de Durga había sido fabricada por humanos. Y, por tanto, era un cacharro inservible para él.

Pero estaba obligado a buscar esa clase de reliquias y antigüedades que los humanos consideraban "únicos e invaluables". Era un pequeño precio a pagar para mantener sus secretos a buen recaudo. Por esa razón, solo los recuperaba y luego los vendía o donaba a los museos.

Y cuando se trataba de expediciones para recuperar artefactos, solía camuflarlas como "simples expediciones", y así no levantar sospechas.

Hamilton rio.

—Sabes que el Museo Británico siempre estará eternamente agradecido con las únicas e invaluables aportaciones que tú y tu hija nos han donado. Y hablando de tu hija, ¿dónde está Twila?, tengo entendido que salió a una expedición, pero hasta el momento no he sabido a dónde.

Richard Croft frunció el ceño. Odiaba tener que lidiar con esas preguntas, y más porque el hijo de Hamilton, Jonathan Hamilton, seguía interesado en Twila. Incluso tuvo la osadía de intentar pedir su mano en matrimonio.

Y una vez que ella lo mandó al demonio, Hamilton (padre) fue con él e intentó convencerlo de "arreglar" que ellos dos se conocieran un poco y, ¿quién sabe?, que tal vez Twila se terminara enamorando de él.

Él también lo mandó al demonio, solo que de una forma más "cortés" y "diplomática" que Twila.

No lo había hecho por celos (eso era absurdo) sino fue, más bien, porque Jonathan era de esos "niños ricos, mimados, consentidos e idiotas" que Twila tanto odiaba. Y él jamás la condenaría a tener que pasar el resto de su vida con ese mocoso.

Además, esos dos eran humanos. Si Twila se casaba con él, entonces tendrían que revelarles qué era lo que ellos eran realmente, y eso solo les atraería problemas, porque Christian Hamilton era una persona consumida por la avaricia.

Revelarle que eran Gemas era como decirle a un pirata en dónde podía encontrar una pila de oro.

Además, sabía bien que Hamilton (exceptuando lo anterior mencionado) solo quería que Twila se casara con su hijo para tener exclusividad sobre la información de las expediciones, tanto de Twila como de él, ya que para ese momento ya serían "familia".

—Ella se encuentra en el Museo Real de Ontario, en Toronto, Canadá —respondió secamente.

Obviamente no podía decirle en dónde estaba realmente. Y por desgracia, no podía deshacerse de Hamilton... aún.

Hamilton notó el disgusto de Richard Croft cuando hizo esa pregunta, así que se le ocurrió:

—Ah, ya entendí. Twila encontró novio, ¿no? —Y luego rio.

El comentario enojó a Richard Croft.

—Claro que no tiene novio. Solamente está en Toronto para conseguir información de una reliquia que ha estado buscando.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora