CAPÍTULO 85

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Las horas apenas fueron suficientes.

Después de que Twila sanara las heridas de Eli, había tenido muy poco tiempo para deshacerse de los cadáveres. Pero antes había tomado un baño rápido para quitarse la sangre de ese cerdo de encima.

Eli se había sentido fatal y un verdadero inútil. No había podido defenderse a él ni mucho menos había podido defender a Twila. Casi la habían violado y él no había podido ni siquiera despegarse del piso. ¿De qué servía un hermano así?

Varias horas transcurrieron, después de haberla ayudado a deshacerse de los cadáveres de aquella manera tan mórbida que tenía ella de hacerlo. Y después de que hubieran limpiado cada centímetro de la horrible escena que casi había acabado con ellos. Eli, que se había prometido ser fuerte hasta el final, se había recostado en su cama, había sujetado las sábanas con todas sus fuerzas, y rompió a llorar de rabia e impotencia.

(...)

Twila se había sorprendido en la mañana. Cuando se acomodó en la cama antes de que saliera el sol, apenas había podido dormir, pero en los únicos cinco minutos que había fallado en su guardia, había descubierto que Eli estaba junto a ella en la cama, dormido y abrazándola como si tuviera miedo de que se fuera.

—¿Eli? —lo movió un poco.

Eli abrió los ojos, sobresaltado, y quedó sentado en la cama al tiempo en que gritó el nombre de Twila.

—¡Eli! —Twila lo tomó de los hombros e intentó calmarlo.

Eli se tomó la cabeza, respiró profundamente varias veces. Luego se volvió hacia ella y volvió a abrazarla.

—¿Estás bien? —le preguntó él completamente angustiado.

Twila se soltó, confundida.

—Sí. ¿Y tú qué tienes?

—Anoche... yo... no pude hacer nada —le confesó—. Él te pudo haber hecho algo y yo...

Twila soltó el aire.

—Eli, ¿cómo se te ocurre que podías enfrentarte a esos mastodontes?

—Ese es el problema. Yo no te puedo ayudar en nada.

—Eso no es cierto. Lo que pasó anoche... me tomaron con la guardia baja. Algo que no volverá a ocurrir. Y siempre me he podido defender de... ese tipo de agresiones. Eso es algo de lo que no necesitas cuidarme.

Eli bajó la mirada.

—Cuando vi que te golpeaba... y yo no pude hacer nada... me sentí, tan inútil. Tan... impotente. Luego empezaste a llorar y... pensé... pensé que él te había... y si te hubiera... yo no me lo hubiera perdonado jamás.

Ahora fue Twila quien lo abrazó.

Eli presintió que ella también lo necesitaba, así que la abrazó también.

—No me pasó nada. Y a ti tampoco. Eso es lo único que nos debe importar, Eli. Por experiencia propia sé que no es sano pensar en lo que hubiera sido "X" o "Y" situación. Lo que pasó, pasó. Y lo que importa es no volver a cometer la misma equivocación.

—Fue Powell, ¿cierto?

—Es lo más seguro. Lo único seguro en realidad. Por eso no hizo ningún movimiento legal. A ti te quería muerto y a mí me quería de vuelta en Inglaterra.

Eli se levantó de la cama y comenzó a caminar en la habitación como un animal enjaulado.

Twila jamás lo había visto tan molesto.

—Jamás pensé que... no creí que alguien como él fuera capaz de...

—Lo sé.

—¿Qué hacemos ahora?

—Nada. No permitiré que algo así vuelva a pasar. Adrián Powell usó esos métodos, pues bien, yo también tengo los míos.

(…)

Pasaron dos días después de aquel incidente.

Todo estuvo tranquilo. Pero ambos tomaron la decisión de asegurar puertas y ventanas con pestillo durante la noche.

No sabían si Powell mandaría a más personas, o si ya sabría que habían eliminado a sus dos mercenarios. Pero Twila lo dudaba. Y la respuesta le llegó en forma de una visita no tan sorpresiva.

—Así que aquí está a quien esperaba —dijo Twila mirando hacia la puerta.

Eli no entendió nada. Miró en la misma dirección que Twila, y entonces lo vio.

La imponente figura salió del automóvil y caminó hacia la casa.

Adrián Powell no se veía muy contento.

Eli frunció el ceño y se puso de pie. Twila lo sujetó del brazo y lo detuvo antes de que saliera a enfrentarlo.

—Tranquilo, fiera. Después de lo de la otra noche era más que obvio que lo tendríamos aquí.

—No lo quiero aquí.

—Y no lo tendrás, pero no hay que dar color de que sabemos lo que hizo. Así que siéntate.

A regañadientes, Eli obedeció.

Twila se puso de pie y caminó a la puerta para recibir a la visita.

—Señor Powell —le dijo ella fingiendo sorpresa.

Él pareció sorprendido al no encontrar nada que le indicara que sus hombres si quiera habían intentado cumplir sus ordenes. Lo único que notó fue la irritante mirada del Shane. Regresó su vista a la mujer. Le pareció extraño verla vestida de una manera mucho más simple que la vez en la delegación.

—¿Qué lo trae por aquí? —insistió ella.

—Vine porque un amigo mío, que es policía, me avisó que hace algunas noches hubo un alboroto en esta casa. Me sentí obligado a averiguar si estaban bien.

Ella le sonrió.

—No podríamos estar mejor. ¿Está seguro de que su policía le dijo que en esta casa?

—No tengo duda —dijo él casi para sí mismo.

—Qué extraño. Todo aquí ha estado tranquilo. ¿No, Eli?

Eli miró ceñudo a Powell.

—Sí —respondió él al ver que Twila lo regañaba con la mirada.

Powell lo miró no del todo convencido. También se sintió furioso. Había pagado una buena cantidad a esos dos imbéciles para que mataran a Eli y espantaran a Twila.

¿Entonces por qué esos dos parecían estar intactos?

¡¿Y dónde estaban esos imbéciles?!

—Supongo que también debo deducir que el proceso de emancipación también va de maravilla.

—No puede estar más en lo cierto.

—Tu familia debe de estar complacida por los resultados.

—Es el objetivo principal.

Adrián sonrió.

—¿Por qué no discutimos esos objetivos? A fin de cuentas soy la parte perdedora. ¿Te parece si cenamos mañana en mi casa?

—¡Qué! —Eli se paró de golpe.

—No veo por qué no —le respondió Twila.

—¡Qué! —repitió Eli.

—Perfecto. Mandaré a mi chófer por ti mañana a las ocho. ¿Te parece bien?

—Me parece perfecto.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora