CAPÍTULO 61

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Muchas cosas extrañas sucedieron a la mañana siguiente.

La primera de todas ellas que Twila pudo notar fue un extraño comportamiento en Eli. Parecía... distante, pero a la misma vez... cercano.

Era la primera vez que sentía algo así en alguien.

Y eso la desconcertó. Pero prefiero no interrogarlo ni mucho menos quiso sonsacarle nada. Quería darle su espacio.

La segunda cosa extraña que notó no la afectó directamente a ella, sino a su padre.

Tanto Aurora como su madre habían establecido una ley del hielo contra su padre. Ninguna le hablaba, ni lo miraban siquiera. Cosa que la había convertido a ella en la relaciones públicas de la mansión.

Aquello había terminado exasperando al inexasperable Richard Croft. Y para evitar más discusiones, él había tomado la desición de irse a las oficinas centrales de su empresa:

"Croft Industries".

Un gran nombre como todo lo que él nombraba. Una ironía considerando que su rama eran los vinos: La belleza de la Uva, como había decidido nombrar a su vino. Su padre poseía extensiones gigantescas de tierras en donde tenía sus viñedos. Tanto en Inglaterra como en Caliza.

Por seguridad, había separado ambas producciones. No mezclaba la producción ni las ganancias que obtenía en Caliza con las que obtenía en Inglaterra y otros países.

Recientemente había iniciado a exportar grandes cantidades de vino hacia América. Cosa que lo llenaba de orgullo.

Por lo que ella sabía, cuando su padre lo desheredó lo había dejado casi en la calle. Sin embargo, él había conseguido levantar ese imperio con la ayuda de la herencia que su madre le había dejado. Eso y sus expediciones arqueológicas.

Y eso la llevaba a la tercera y última curiosidad del día: su padre la había convocado a una charla en su oficina. Cosa que ella traducía como: el regaño del siglo.

Temía que su padre ya hubiera descubierto la huida, y las futuras huidas a la protectora de animales.

En su auto color granate, Twila solo rogaba que no fuera aquello.

**********

—Y ahora resulta que me han aplicado la ley del hielo, ¡a mí! —Richard Croft cayó sentado sobre su silla frente a su escritorio.

Leonardo, su abogado, y una de las pocas personas que él consideraba "amigo/conocido" lo escuchaba atentamente desde el otro lado del escritorio.

—Ni siquiera sabía que podían hacerlo. ¡Y todo por un pulgoso chucho! —continuó él—. Si tanto era la gana de mi hija de tener un perro, ¡bien! ¿Pero tenía que ser ese callejero? ¡Le puedo comprar uno de muy buena raza. ¡Pero no! —Se tomó el puente de la nariz, exhausto.

Leonardo ocultó eficientemente la diversión que le causaba el tema. Solo su amigo era capaz de asfixiarse con aquel tema.

—A veces nuestros hijos ven cosas que nosotros no, Croft. Puede que Aurora viera algo en ese cachorro que le hiciera quererlo tanto.

Croft bufó.

—Ni siquiera era seguro de que se lograra.

—Y ahora que lo recuerdo, tu otra hija tiene una mascota, ¿no?

—Es diferente, los bak... la mascota de Twila es de una especie noble, y protectora. Y por el estilo de vida que ella ha decidido llevar, no le vi nada de malo.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora