CAPÍTULO 8

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Eli estaba parado en la parte baja de una colina. Enfrente de él, en la cima de la colina, se encontraba una chica.

¿Otra vez ese sueño?

Como en todas las veces que tuvo ese sueño, ella estaba de espaldas a él y vestía exactamente igual que las otras veces.

Eli comenzó a caminar y a subir por la colina hasta estar cerca de ella.

El paisaje que observaba era tan hermoso como siempre, el ambiente era tan calmado, el aire era tan refrescante. De alguna forma todo eso se sentía bien. Se sentía tranquilo y en paz. No era como otros sueños que tuvo antes, en donde todo era caos.

Pero ya estaba cansado de no poder ver el rostro de esa chica.

Al principio solo se quedaba parado ahí. Mirándola.

Después su curiosidad lo llevaba a intentar hacer que ella se diera la vuelta para así poder verla. Pero jamás lo conseguía. Siempre se despertaba.

Pero ahora estaba decidido.

Caminó hasta estar detrás de ella y tocó su hombro. Ella, sobresaltada, se dio la vuelta, y entonces al fin pudo ver su rostro.

Era... era...

—¿Carolina?

(...)

Eli abrió los ojos y se sentó en la hamaca, sobresaltado.

Rápidamente miró el reloj que tenía a un lado y vio que eran las 3:30 de la madrugada. ¿En serio era tan temprano?

Un momento.

¿Estuvo soñando con Carolina todo ese tiempo? ¿Pero por qué si desde hacía muy poco que la conocía?

Cansado, se volvió a recostar y se restregó el rostro con ambas manos para intentar pensar un poco mejor y ver si aún podía conciliar el sueño.

Pasaron alrededor de treinta minutos, cuando de repente, se empezaron a escuchar ruidos en la cocina.

¿Alguien se había metido al refugio?

Rápidamente despertó a Burpy, quien se levantó todo adormilado.

—¿Escuchaste eso, Burpy? —preguntó en un susurro.

Burpy negó con la cabeza.

Se escuchó otro ruido que puso en alerta tanto a él como a Burpy.

Eli sacó su lanzadora y cargó a Burpy, se levantó de la hamaca y comenzó a avanzar sigilosamente hacia la cocina.

Se escuchó otro ruido. Sonaba como... ¿el refrigerador?

Eli entró rápidamente y apuntó hacia quien estuviera dentro.

—¡Manos arriba! —gritó.

—¡No dispares! —gritó y suplicó Carolina con los ojos cerrados y las manos en alto, asustada. En una de las manos sostenía un vaso.

Eli, al darse cuenta de que era Carolina, aguardó su arma.

—Carolina, lo... lo... siento. Creí que eras un ladrón. —Se disculpó.

Carolina respiraba agitadamente, y cuando Eli se disculpó, comenzó a abrir los ojos lentamente.

—No... no te preocupes —farfulló, recuperando el aliento y bajando las manos—. Tenía un poco de sed y... no quería despertarte. Lo siento.

—No, Carolina, yo lo siento. No debí entrar así. Es solo que... no acostumbro a escuchar ruidos a esta hora.

—Entonces, ¿no podías dormir? —preguntó Carolina.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora