CAPÍTULO 79

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El salto que dio el automóvil despertó a Eli.

—¡Ah! —Se agarró el pecho, asustado.

Burpy saltó en el asiento trasero y Aries quedó enganchado al techo.

—Lo siento. —Se disculpó Twila—. No vi el bache.

Eli se reacomodó en el asiento, se talló los ojos y luego se desperezó dando un gran bostezo.

—¿Ya llegamos?

—Todavía no, perezoso. Nos falta una hora si no encontramos más tráfico. Así que aprovecha que tú si puedes dormir y hazlo.

Eli, sin molestarse en el sarcasmo, se arropó con la frazada.

—Pudiste haber dormido si no hubiéramos salido a las dos de la madrugada. Y por cierto, casi me das un infarto cuando me sacaste de la cama de un empujón.

—¡Hey! ¡Que si madrugué fue para poder tomar el primer avión que nos trajera a Canadá! ¡Y no te quejes! Que te dejé despedirte de tus amigos. Y hablando de ellos, ¿por qué no quisieron venir?

—Yo les pedí que no vinieran. Esto... es algo personal.

Eli revisó el reloj: 10:00 am. Ya estaban relativamente cerca de su casa. Decidió dormir un poco más antes de enfrentarse a todo lo legal que le venía.

(...)

—Eli. Eli. ¡Eli!

Eli dio un brinco.

—¡Ah! Sí. ¿Qué pasa?

Twila rodó los ojos.

—Ya llegamos.

Eli se talló los ojos, los agrandó y miró, sorprendido, por la ventana del automóvil. No se había percatado de que ya estaban estacionados frente a la propiedad.

Un descomunal sentimiento de añoranza y nostalgia invadió su corazón. Hacía más de un año que había sido la última vez que había estado en esa casa, y un cúmulo de recuerdos acudieron a su mente. Entre ellos, el de una noche lluviosa cuanto tenía diez años. Ese día la lluvia reinaba en todas partes, así como también lo hizo el viento y el frío. Recordaba la expresión triste en el rostro de su madre. Jamás llegó a saber por qué, pero ese día había sido el último día que vio a su madre.

—¿Eli?

Eli dio un respingo. Miró por encima de su hombro y distinguió a Twila detrás de él. ¿En qué momento había salido del automóvil?, intentó sonreír y le respondió:

—Tranquila, solo… son muchos recuerdos.

Twila le sonrió de vuelta y lo abrazó por la espalda. Eli, en silencio, le dio las gracias.

—Claro —le dijo ella.

La casa tenía un aspecto deplorable. El patio estaba completamente descuidado y muchas malas hierbas habían ahogado a las pocas flores que Eli recordaba. La cerca desgastada atentaba con venirse abajo. La casa estaba descolorida y la suciedad parecía haberse trepado a las paredes. Las ventanas estaban empañadas y desde afuera se conseguía distinguir que el interior no estaba mucho mejor que el exterior.

Twila se alejó de Eli, caminó hasta el automóvil y extrajo, una a una, las cuatro maletas que se encontraban en el baúl. Aries salió por una de las ventanas y se estiró en el suelo para intentar quitarse el entumecimiento. Luego subió a una de las maletas y le exigió a su dueña sus mimos matutinos. Twila sonrió, lo tomó en brazos y comenzó a mimarlo.

Eli salió poco a poco de su ensoñación y ayudó a Twila con las maletas.

Cuando Twila entró por el marco de la envejecida puerta, exclamó:

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora