CAPÍTULO 89

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Twila siguió en la ardua tarea de catalogar todo lo que encontraba en aquellas cajas, y de paso, intentó olvidar la discusión que había tenido con Eli por haber llegado poco antes del mediodía.

Ella, hasta cierto punto, era una mujer paciente. Pero Eli la había sacado de quicio con aquella sobreprotección que poco la podía ayudar.

Al final, Eli se había ido de la casa, furioso, con la excusa de querer tomar un poco de aire, y ella, no quedándose atrás, le había dicho que se largara y luego se había encerrado, furiosa, en el ático.

En dos días darían la resolución de la emancipación, así que Twila estaba aprovechando muy bien la adrenalina de la discusión para revisar caja por caja.

En más de una ocasión frunció el ceño al descubrir que la caja a revisar no contenía otra cosa que facturas y recibos de distintos servicios y diferentes años.

«¿Pero quién guarda estas cosas?», se preguntó.

De las veintidós cajas que había en el lugar, al menos tres contenían esa clase de documentos, junto con varios libros que a Twila le costó catalogar como literatura. Y como consecuencia, las tres terminaron en bolsas de basura.

Después de eso, ordenó en cajas que no estuvieran mohosas, las decoraciones de distintas festividades, cuadros, sábanas, edredones, ropa y viejos trastos de cocina que encontró en otras 18 cajas; y luego las cajas vacías y mohosas terminaron en el mismo lugar que las primeras tres.

El ático, poco a poco, dejó de ser un lugar repleto de cajas polvorientas y mohosas apiladas sobre un suelo incluso más polvoriento, para ser reemplazado por superficies rechinantes y con un aroma exquisito proporcionado por el desinfectante.

«¿Que a esta familia le era tan difícil mantener un poco de orden», se preguntó.

Volvió a sentarse con las piernas cruzadas sobre el suelo y acercó la última caja. Faltaban un par de horas para el atardecer y su única compañía eran Aries y Burpy. Y hacía bien en llamarlos compañía porque ninguno de los dos tenía la intención de dignarse a ayudarla.

Al abrir la caja encontró, aparte de algunos cuadros familiares que intentó pasar por alto lo más rápido posible, también varios álbumes de fotografías que no tenía el corazón para ver. Así que se limitó a quitarles el polvo y a dejarlos de nuevo en su sitio. A diferencia de Eli, ella no revisaba lo que no debía, y lo que no quería ver.

Dejó apiladas sobre una mesa varias cartas que habían sido dirigidas dentro del propio Bajoterra a uno o dos Shane antes de Gimo, y otras cuantas del mismo Gimo.

—Al menos en este sentido si eran cuidadosos —señaló al no encontrar ningún otro papel de interés.

Y eso que los días anteriores había revisado toda la casa, exceptuando el ático al que había dejado para el final, para buscar cualquier hueco extraño que contuviera algo comprometedor. Encontrando únicamente uno en la habitación de Eli. Uno que él mismo le había explicado que era en donde había encontrado la carta que Will Shane le había dejado para avisarle de su muerte.

Cerró la caja, se puso de pie con ella en las manos y luego la apiló junto a las demás.

Revisó la hora: 6:00 PM.

Eli ya se estaba demorando demasiado.

«¿Y soy yo la loca temeraria?», se preguntó con molestia.

—Si quieres pasar la noche en la calle, pues bien, pásalo.

Se dispuso a bajar del ático para preparar algo para comer. Esta vez solo para ella y sus acompañantes.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora