CAPÍTULO 101

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Los tres estaban en el salón. Y no pasó ni medio segundo de haberles contado todo cuando:

¡Qué! ¿Que ese hombre misterioso de París estaba allí? ¡Oh, por favor, Twila, cuéntamelo todo otra vez! —saltó Aurora, eufórica mientras sostenía a Pongo en brazos. El pobrecito ya estaba más grande que cuando llegó y atentaba con padecer sobrepeso.

Twila agradeció que su padre no estuviera en casa.

—¿Hombre de París? —repitió Eli.

—Ajá —dijo Aurora—. Lo nombré así después de que Twila se tardara más de dos semanas buscándolo.

Eli miró fijamente a Twila. Ella solo se encogió de hombros, luego regresó la mirada de vuelta a Aurora, y por último hundió la cara en la almohada del sofá.

—Me duele la cabeza, Aurora —murmuró ella—. Déjame tranquila.

—¡¡Tranquila!! ¿¡Cómo puedes estar tranquila en un momento así!? ¡Eres más seca que un desierto! ¿Lo habrás invitado a venir, no?

—Casi se ha invitado él solo.

—¡Por favor, Twila! ¡Qué genio! ¿Habrán
entrado en materia o...?

Eli arqueó una ceja.

—Aurora, largo de aquí —ordenó Twila.

La castaña se levantó, ofendida, y salió bruscamente del salón, no sin antes decirle a Eli:

—Ten cuidado —señaló a Twila—. ¡Hoy está que muerde!

Cuando cerró la puerta, Eli soltó una carcajada.

—A veces pienso que debería ser reportera del corazón. Y tú, como siempre, haciendo amigos...

—Como siga así de pesada, la enviaré a dormir al cementerio —gruñó Twila, revolviéndose en el sofá.

Eli se rio de nuevo porque sabía que no era capaz de hacerle daño a Aurora. Pero los comentarios de la reportera del corazón lo procuraron un poco porque nunca la había visto preguntarle a Twila si había "entrado en materia" con nadie. ¿Por qué parecía estar tan segura de aquella insinuación?

Entonces miró por la ventana y dijo:

—¿No será ése, verdad?

Afuera, en el jardín, vieron como Evan, que se hallaba supervisando la labor de los jardineros en el seto exterior, se dirigía hacia un hombre fornido que acababa de aparcar una motocicleta envidiable y le recibía con la mayor de las amabilidades mientras dejaba que el hombre desatara una lona negra, considerablemente larga, de la parte trasera de su motocicleta.

—¿Has visto eso? —gruñó Twila—. Mi propio mayordomo conspirando contra mí.

—Bueno —dijo Eli, riendo por la expresión de Twila—, yo solo veo que cumple con las normas de cortesía. Por cierto, ¿de dónde ha salido ese sujeto? Parece una mezcla de McGyver y Terminator.

Twila hizo una mueca cansada, pero no dijo nada.

Eli vio a aquel hombre, que ahora también sabía que se trataba de una Gema, caminando por el camino de piedra que conducía a la mansión. Desde esa distancia distinguió que tenía el cabello gris, con alguna que otra coloración que a esa distancia no lograba ver. ¿Rosado tal vez? Twila no le había detallado a qué clase pertenecía.

Cuando el hombre desapareció de su campo de visión, se atrevió a preguntar:

—¿Y tú por qué estás tan molesta?

No estoy molesta.

—Ajá.

—Tú cállate.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora