CAPÍTULO 117

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La ventisca la azotó sin piedad, pero no disminuyó la marcha.

Ya conocía el camino más rápido hacia el pueblo más cercano y sabía que debía seguir avanzando todo lo que pudiera antes del anochecer.

Respiró hondo y se concentró en lo que estaba haciendo. Debía llegar a la capital para establecer contacto y averiguar si realmente Natla había matado a su padre.

La idea la paralizó durante un segundo.

No quería creer que su padre estuviera muerto.

Esa maldita era una manipuladora.

¿Entonces por qué la presión en su pecho no desaparecía?

¿Y si era verdad?

«No. No lo es. No puede serlo. Papá no se hubiera dejado matar tan fácil».

Siguió avanzando en medio de la ventisca mientras sus piernas se hundía entre la nieve. Apenas percibía el frío.

Un sonido la puso en alerta.

Se dio la vuelta en apenas milésimas de segundo, extrajo el arma de su cartuchera y la detonó justo sobre la rodilla de Samantha antes de que la desgraciada le dejara caer una piedra del tamaño de una calabaza sobre la cabeza.

El cuerpo de Samantha cayó de golpe sobre la nieve. La roca rodó ladera abajo.

—¡Maldita sea, Samantha! —estalló Twila—. ¡Por una maldita vez en mi vida no quise matar a un estorbo y tú no me lo pones fácil!

Samantha soltó un jadeo al sentir su rodilla destrozada.

—¡Por qué no consigo matarte! —le gritó ella—. No importa lo que haga. Siempre... te sales con la tuya.

Twila siguió apuntándole a la cabeza.

—Ya me tienes harta.

Samantha la miró fijamente.

—Y tú a mí.

Twila hizo presión sobre el gatillo, pero no pudo disparar.

No. Samantha ya le había causado demasiadas molestias.

Debía ser diferente.

Enfundó su arma, se dio la vuelta y siguió su marcha.

Samantha se puso de pie al comprender lo que Twila quería hacer.

—¡Twila! —gritó.

Ella no se detuvo.

Samantha quiso dar un paso, pero su rodilla no se lo permitió y cayó al suelo.

Se le distendió el estómago al estar ahora segura de que Twila no la mataría.

Dejaría que lo hiciera la tormenta.

—¡Twila!

Twila siguió caminando, escuchando los gritos de la persona que estimaba hasta hacía unos segundos.

Tuvo paciencia con Samantha todo ese tiempo.

Pero ella tenía un límite y Samantha había escogido sobrepasarlo.

(…)

Dos días después

«Adios, T».

Estaba segura de que Eli no se dio cuenta de que lo escuchó.

No quiso pensar en que no se despidió de él.

«Adios, T».

Tragó despacio.

«Adios, Eli».

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora