CAPÍTULO 91

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Capítulo 91

No sabía qué diantres estaba pasando.

¿Acaso se habían vuelto a meter mercenarios a la casa?

En su prisa se tropezó con Dios sabrá qué cosa en el pasillo, se golpeó el hombro con el pomo de la puerta del baño y cayó, golpeándose la cabeza con la madera todavía pulida. Pero solo le dio tiempo de darse una sobadita antes de volver a ponerse de pie y seguir corriendo a la habitación de Twila.

No supo en qué momento alcanzó a abrir la puerta, pero todo lo que recordaría sería que había visto la cama desordenada y vacía y a Twila acurrucada en una esquina de la habitación, sosteniéndose la cabeza y conteniendo los sollozos.

Corrió y se arrodilló junto a ella, pero en cuanto la tomó de las manos ella volvió a gritar y a retorcerse.

—¡Twila! ¡Twila qué tienes! —le preguntó desesperado.

Ella no respondió, solamente siguió gritando mientras buscaba, con desesperación, liberarse de sus manos. Y eso estaba comenzando a alterarlo a él también.

—Twila, tranquilízate por favor —le rogó mientras seguía debatiéndose junto con ella. Consiguiendo que ella le aruñara los brazos, el cuello y la cara.

Twila estaba demasiado alterada, e Eli no tardó en darse cuenta de que ella parecía no reconocerlo.

Repitió su nombre una y otra vez y le rogó que intentara calmarse, con la esperanza de que ella dejara de aruñarlo. Pero no importaba cuánto lo intentara, ella parecía entrar todavía más en pánico.

La tomó del rostro y la obligó a mirarlo.

Twila al fin abrió los ojos y lo miró. Y su mirada le indicó a Eli que ella todavía no lo reconocía.

Quedó atónito, ¿pero qué le estaba pasando? ¿Por qué no lo reconocía y qué la había alterado de esa manera?

Aurora le había advertido de los ataques que Twila podría sufrir, pero lo que a ella le estaba pasando no se parecía en nada a lo que Aurora le había descrito.

Volvió a hablarle para tranquilizarla.

Tardó bastante para que Twila al fin dejara de pelearse con él. Eli jamás supo si lo terminó reconociendo o no, pero no se detuvo a pensar demasiado en eso porque fue en ese momento que ella le dijo, con una voz ronca y amortiguada:

—No dejes que se acerquen.

Eli agrandó los ojos e inmediatamente miró hacia atrás, creyendo que tal vez sí había alguien en la habitación. Pero no había nadie. Solo estaban ellos dos, no solo en la habitación, también en la casa.

Volvió a mirarla, la tomó del rostro otra vez y le preguntó:

—¿Quiénes? No... no veo nada. No... —dio un respingo al percatarse de que su narina izquierda comenzó a sangrar—. Ay, no. No, no, no. Twila, por favor tranquilízate —la abrazó con fuerza y sintió cómo ella también se sujetó a él, con más fuerza de la que se hubiera imaginado.

Su alarma aumentó cuando comenzó a escuchar que ella respiraba con dificultad.

No cabía duda de que algo le había pasado mientras no estuvo en casa, ¿pero qué había sido?

Intentó volver a preguntarle qué le estaba pasando y qué era lo que se suponía que estaba viendo.

Ella solo le respondió, cada vez más fatigada:

—Ellos vienen... están ahí. Quieren que los sane. No quiero. No los dejes. —Se tapó los oídos con las manos—. ¡Ay!

Eli la tomó de los hombros, asustado.

Twila continuó retorciéndose y gritando:

—¡Diles que se callen! ¡No paran de hablar todos a la vez!

—¿Quiénes?

Con un dedo tembloroso, Twila señaló hacia una de las esquinas de la habitación. Luego, en una reacción vulnerable e infantil, se abrazó de nuevo a Eli y hundió la cara en su cuello.

Eli la abrazó también y comenzó a acariciarle el cabello. Le era más fácil hacer eso que seguir insistiendo para que ella interara decirle algo. Y mientras tanto intentó darle sentido a lo que acababa de decir.

«Quieren que los sane».

¿Quiénes? Se preguntó. ¿La Guardia tal vez?

No. Aquello no tenía sentido. Ellos eran igual que ella, así que nadie le pediría que los sanara.

¿Entonces?

Siguió haciendo memoria de lo que Twila le había contado de su historia.

Seguramente lo que ella estaba recordando no era de Caliza, ni tampoco de nada después de que la adoptaran, porque era evidente que Richard Croft no dejaría que nadie la forzara a usar sus poderes.

—No los dejes —repitió Twila más sosegada—. No los dejes.

—No los voy a dejar —le susurró Eli, con calma—. Nadie te va a hacer daño.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

A Eli le pareció que en ese instante no estaba hablando con Twila. Al menos, no a la que ya conocía. Más bien, parecía estar hablando con una niña...

Cerró los ojos con fuerza y sintió un dolor extraño en el pecho.

«Entonces es eso».

Al fin pudo conectar lo que Twila le había contado con lo que había escuchado minutos antes. Era el laboratorio. No había duda. ¿Pero por qué?

Twila siguió balbuceando cosas que para él no tenían sentido, pero que para ella eran súplicas de auxilio.

La siguió consolando y calmando. Necesitaba que ella se sintiera segura de que él no la iba a abandonar.

Y funcionó.

Poco a poco ella fue quedándose dormida, completamente exhausta por el arrebato de pánico que había sufrido.

Pero aún así Eli no la quiso soltar. Temía que ella, al sentirse sola otra vez, se alterara nuevamente.

Siguió sosteniéndola entre sus brazos. No quería soltarla. Le daba miedo soltarla. Sin embargo, después de un tiempo comenzó a entumecérsele el cuerpo. Así que con la ayuda de la mesa de noche, se apoyó en ella y, junto con el cuerpo inerte de Twila, se puso de pie. Mantuvo uno de sus brazos detrás del cuello de ella, y el otro lo pasó detrás de sus rodillas. Y sacando fuerzas de saber de dónde, la levantó para llevarla a la cama.

Le pareció más liviana de lo que aparentaba.

La acomodó lo mejor que pudo y la arropó con las frazadas. Luego fue al baño, mojó una de las toallas de manos y volvió junto con ella y le limpió la sangre que había salido de su nariz.

Quería saber qué le había pasado. Y los únicos individuos que habían estado con ella habían sido Burpy y Aries.

Debió de haberlos buscado para averiguar. Pero en lugar de eso se acomodó en la cama junto a ella.

No la quería dejar sola.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora