CAPÍTULO 38

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Paraíso no era muy diferente a los tantos pueblos y aldeas que recorrían cada confín del país. Lo único que lo diferenciaba era su clima árido.

No era un desierto, pero tampoco era un área tropical. Los árboles eran escasos y el color de la tierra y la arena era lo que pintaba las carreteras, las paredes y los techos de cada casa.

Y fue hasta allí a donde Twila y la banda tuvieron que viajar esa mañana.

Los eventos pasados forzaron a Twila a tomar nuevas medidas con la banda. El viaje a Tiahuanaco le resultó complicado por la inexperiencia y los ataques de moral de Eli y los demás. Y no podía seguirse dando el lujo de perder valiosos segundos cuidándoles el pellejo. Así que a cada uno le había incluido en su inventario el equipo necesario para sobrevivir al entorno, entre los cuales estaban: un gancho magnético, un chaleco antibalas, una daga, y, por último, algo por lo que a Eli casi le da un ataque de histeria: un arma.

Aunque ese último era solo en caso de una emergencia extrema.

Eli agradeció el chaleco antibalas, pero Twila en el fondo sabía que ese era un recurso casi inútil en su situación, porque esos mercenarios, a pesar de ser unos brutos, sabían disparar, y cualquier persona que manejara un arma sabía que el blanco perfecto era la cabeza.

Pero a pesar de todo ahí estaban, en la entrada del pueblo.

Esta vez Twila no se había molestado en esconder sus armas, por eso las llevaba ya enfundadas.

Todos los habitantes comenzaron a encerrarse en sus casas y cerraron las puertas y ventanas con pestillo. Dejando las calles desoladas.

—Parece que no les gustan los visitantes —bromeó Twila.

—Tú eres la que lleva las armas.

—Yo no tengo la culpa de saber elegir mis complementos, Zip. ¿Sabes algo de Anaya?

—Dijo que estaría en la estatua del mercado.

—Bueno, al menos tendremos intimidad —respondió ella al ver las calles vacías.

—Entonces hablamos con Anaya y... ¿luego qué? —preguntó Eli.

—Ni idea. Todo depende de esa plática.

Todos avanzaron por el enredijo de calles y callejuelas de Paraíso.

Burpy, al ver que nadie estaba caminando o fisgoneando por las calles, decidió salir de la mochila de Eli y posarse, como siempre, en su hombro.

A Eli le sorprendió, pero no dijo nada. Miró a su babosa que, en un discreto, pero seguro gesto, le señaló el arma que Twila le había dado, y que estaba dentro de su cinturón.

Eli entendió el gesto, que indicaba que Burpy estaba preocupado de que decidiera usarlo. Entonces le sonrió para indicarle que no tenía por qué preocuparse. Él jamás usaría esa arma.

Tanto Pronto como Kord se estaban sintiendo sofocados. El calor del lugar era intenso, y el maquillaje estaba comenzando a correrse. Cosa que también preocupó a Twila.

Pasaron alrededor de diez minutos hasta que llegaron a la estatua del mercado, que estaba enfrente de una rústica, pero bonita iglesia.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora