CAPÍTULO 120

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Dos meses después

-¿Era a esto a lo que le tenías miedo?

El silencio del patio del refugio fue lo único que le respondió.

Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Tres meses... y sentía que todo lo que había vivido el último año desde que conoció a Twila pareciera demasiado surealista. Demasiado lejano como para que hubiera pasado.

Abrió de nuevo los ojos y bajó la mirada hacia la carpeta con los dibujos que ella le regaló.

Apenas sonrió.

Una parte de él sabía que Twila consiguió salir de aquel horrible lugar.

Lo sentía.

Y confiaba en ella.

-Yo siempre confié en ti. Pero creo que muchas veces tú no confiaste en mí.

Recordó los últimos días juntos.

-Sabía que tenías miedo. Que no querías despedirte. Yo tampoco, pero fuiste tú quien lo quiso así.

Miró hacia el refugio.

Su padre se recuperaba. Lentamente, pero se recuperaba.

Aunque tuvo la sensación de que las secuelas de haber pasado tanto tiempo solo, de alguna forma, dejaron huellas.

Sabía que muchas noches su padre se despertaba a causa de las pesadillas. Pesadillas que luego no lo dejaban dormir.

Su piel y su pelo continuaban del mismo color. Y Doc, a pesar de su capacidad de sanación, no había podido desvanecer la cantidad de energía que el Agua Oscura le había dejado.

Todos estuvieron de acuerdo en que debió de ser algún efecto secundario de aquella Agua Oscura de Helheim, que incluso siendo Agua Oscura era diferente a la que se encontraba en las Cavernas Profundas.

Miró de nuevo hacia Bajoterra.

Su normalidad había vuelto.

No había más ladrones misteriosos, ni reliquias robadas, ni grandes búsquedas por los confines de la tierra... ni hermanas perdidas con personalidades erráticas e insoportables.

Y su padre ahora estaba con él. Aunque de momento estuviera limitado en lo que se recuperaba.

Su normalidad había vuelto. Y su padre también.

¿Entonces por qué Aurora y Twila le hacían tanta falta?

-Cumplí mi promesa, Twila. Papá no sabe nada sobre ti.

*************

Ya podía imaginarse la reprimenda que su propio hijo le daría.

Pero necesitaba estar ahí.

Era nochebuena. Aunque ahí en Bajoterra no significara nada. Y puede que tampoco le importara mucho a los Shane, que no eran mucho de celebraciones grandes.

Pero para él tenía otro significado.

Uno que no era alegre, sino amargo. Y doloroso. Muy doloroso.

-Hoy tendrías diecinueve, Alaia. -La voz le salió en un susurro a causa del nudo en la garganta que le produjo recordar el nombre que secretamente le había dado.

Miró la envejecida lápida y puso sobre él un humilde ramo de No me Olvides.

Se sentó en el suelo, cerca de la lápida, y del bolsillo del abrigo que Eli le había obligado a usar durante semanas, extrajo un par de zapatitos de bebé. Blancos con estéticas florecitas rosas.

Recordó un diminuto y delgado pie blanco.

Tragó despacio.

Recordó aquellas llamas y... y los gritos.

Cerró los ojos e intentó contener el aire en sus pulmones.

Quiso imaginarse cómo sería su hija ahora.

¿Sería alta? ¿Seguiría siendo tan blaca? ¿Realmente sus ojos hubieran sido de un azul tan único, como se lo decían?

Abrió los ojos. Sintió las lágrimas caer por sus mejillas.

La imagen de una jovencita le vino a la mente.

Sacudió la cabeza y le retiró.

-¿En qué estás pensando, Will Shane? Tu hija tenía el cabello rosado. Y... no creo que de todos los trabajos que hay en el mundo hubiera elegido ser buscatesoros. Ella era frágil. Muy frágil. Te necesitaba, y tú la abandonaste.

Las lágrimas siguieron callendo.

Se imaginó una bonita y delgada muchacha, con cabello rosado y unos ojos de un azul único. Feliz y vital, curiosa por el mundo que la rodeaba.

La imaginó conviviendo con Eli.

Casi rio.

-¿Cómo tomarías el saber que tuviste una hermana? ¿Te molestaría saber que no la tuve con tu madre? ¿Te molestaría saber que la dejé morir?

Las horas pasaron.

Convivió con ella de la única forma que le quedaba. Celebró un cumpleaños que en realidad no estaba pasando. Le regaló un ramo de flores que ella jamás vería.

Imaginó cómo habría sido si no hubiera muerto.

Imaginó e imaginó.

Ya solo eso le quedaba con ella.

Solo imaginar y pedir perdón por las cosas que le hubiera gustado hacer. Y por las que no hizo.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora