CAPÍTULO 78

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Dos semanas transcurrieron relativamente rápido. Y después de todo se tuvo que hacer lo que Twila había dicho. Así que el cuerpo de Gimo Shane debía seguir esperando en la morgue hasta que se le pudiera dar sepultura.

Eli entendía que Twila no parecía muy empática con su situación de luto. Pero al menos agradeció que no hiciera ningún comentario acerca de lo... aliviada y hasta satisfecha que se sentía con la noticia. Y realmente no sabía si tenía el derecho de reclamarle ese sentimiento, a fin de cuentas, su tío fue el que mayor daño le había hecho antes de aquel incendio. Así que no sabía qué pensar.

Y en otras circunstancias, el profesor Eddington, un hombre mucho más cano que el profesor Vladimir, el propio Vladimir, el señor Croft y Twila habían estado manteniendo reuniones a puerta cerrada.

Aquello lo había enojado en un principio, y Twila había estado saliendo a cada segundo de la mansión, había llegado hasta ausentarse durante dos días. Y ante aquello, Aurora le había dicho:

—No te enojes, Eli. Esa que ves ahí —le señaló a una Twila sumergida en varios libros—. Es la verdadera arqueóloga Twila Croft. Es su hábitat natural y hasta que no consiga la información que quiere no habrá poder en el universo que la saque de ahí.

Al Día Siguiente

Twila dejó escapar el aire que había contenido en sus pulmones durante un buen rato, bajó la mirada y se alisó innecesariamente el pantalón negro que llevaba puesto.

Sabía que no había sido una buena idea ir a ese lugar y mucho menos dejar que la secretaría la anunciara. Pero sucedía que en ese instante creyó correcto respetar las normas de cortesía en lugar de entrar en su despacho así por así. No supo por qué quiso hacer aquello, pero supuso que se debía a la incomodidad que le recorría cada centímetro del cuerpo.

«No te quejes después», le recriminó su conciencia.

La secretaria, con la característica sonrisa fingida que era propia de aquella especie, regresó y se dirigió a ella, que se encontraba sentada en el lobby del bufete de abogados del que Leonardo era parte.

—El señor Kavanagh la recibirá enseguida. Puede pasar. ¿Quiere dejarme la chaqueta?

Twila se puso de pie y pasó junto a la secretaria diciéndole un cortante «no».

La oficina de Leonardo no era muy diferente a la que su padre tenía, salvo por el tamaño, aquella tal vez sería el doble de grande que la que Leonardo tenía.

Twila advirtió que Leonardo se encontraba en su escritorio con la mirada fija en el ordenador. Se extrañó porque estaba segura de que había tocado con suficiente fuerza y también estaba segura de que Leonardo le había dado el «pase».

Twila no estaba acostumbrada al tipo de incomodidad que envolvía a dos personas que hubieran pasado una situación como... ¿situación? Realmente no tenía idea qué situación había entre ellos dos. Y eso era una de las cosas que más la estaba incomodando.

—Leo...

—Estás aquí por lo que te entregué en aquella carpeta —adivinó él sin despegar la mirada del ordenador.

Aquella franqueza Twila la agradeció.

—Adivinaste.

Leonardo le dirigió una mirada de reojo antes de soltar un suspiro cansado. Se obligó a cerrar su laptop y a dirigirle la mirada. Notó que estaba más repuesta que la última vez que la vio.

—No entiendo qué haces aquí. Cualquier duda que tuvieras con respecto a los términos legales en aquel reporte es algo que cualquier abogado te podría responder.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora