Nunca pensó que tendría que volver de nuevo a ese consultorio.
Creyó que sus problemas habían quedado solucionados cuando su padre dejó de exigirle aquellas pruebas periódicas de sangre que le indicaban si se había estado metiendo algo en el cuerpo.
Las visitas continuaron solamente porque su padre había pagado los siguientes cinco meses.
Pero ahí estaba de nuevo.
Con toda la discreción que pudo conseguir para que su padre no se enterara de que había contactado a la doctora Halter.
Esperó pacientemente sentada en el sillón blanco.
Miró hacia la ventana. Casi nevaba. Casi era Navidad y con él cumplía también 19 años. Recordarlo le produjo incomodidad, pero también le sacó una media sonrisa al recordar los chistes que Aurora hacía respecto a la fecha en la que había nacido.
Sí, sin duda haber nacido en Nochebuena debía ser un gran chiste. Uno para cualquier persona salvo para ella, que estaba segura que había sido cualquier cosa menos un regalo perfecto y feliz para su madre.
Negó fervientemente. Dejó de mirar la ventana y mejor miró el suelo, tratando de dejar la mente en blanco.
Al fin entró la doctora Halter. Bien vestida como siempre y con su eterna tablilla sujeta en una de sus manos.
Se puso de pie.
—¡Oh, Twila! —La mujer le sonrió—. ¿Cuánto tiempo?
Twila le sonrió.
—Ocho años.
—Pero mírate, no has cambiado nada.
Twila no respondió. Sí, claro que no había cambiado nada. A los genes de su madre les costaba envejecer, y en consecuencia, ella también.
Halter avanzó y se sentó en su amplia silla. Se acomodó los lentes sobre el puente de la nariz, abrió la carpeta del expediente de Twila y lo acomodó sobre su tablilla.
—¿Y qué te trae por aquí hoy después de ocho años? —le preguntó.
En el mismo momento en el que hizo la pregunta le echó un vistazo al expediente. Sintió nostalgia. Creyó que ya nunca volvería a agregar otra hoja.
No estaba bien que los psicólogos prefirieran algunos casos sobre otros. Y no es que considerara el caso de Twila más especial que los demás. Pero sin duda fue el que más dolores de cabeza le había dado.
Y lo que lo volvió su caso más singular ni siquiera fue un gran problema.
Ese día su padre la presentó horas antes de atenderla.
"Chica adoptada" fue lo primero que captó de las palabras del señor. No con esas palabras, claro estaba. "Pasó por momentos difíciles" fue lo segundo que captó. Una lista de "momentos" pasaron por su mente ágil: padres abusivos, familia desintegrada. Drogas, alcoholismo, abusos de cualquier índole.
"Problemas con alcohol y pastillas" se agregó a la lista.
Sí, sin duda un caso que requería ayuda inmediata.
Entró dispuesta a enfrentar a la adolescente que ya se había formado en su mente producto de casos anteriores, llevando consigo todo el arsenal con el que contaba gracias a sus años de estudio y experiencia personal.
Lo que encontró en la habitación fue una chica, por supuesto, pero se quedó plantada en el suelo, confundida. Esperaba a una chica cohibida, asustadiza, avergonzada por sus vivencias anteriores de las que había sido informada. Supuso que la encontraría vestida con ropa amplia para esconder su cuerpo, como normalmente sucedía con chicas que sufrían abuso. Mal peinada, y, claro, nada sofisticada.
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Secretos de un Shane
FanfictionComenzó a acercarse a la puerta hasta que distinguió la voz de una persona murmurar. -Lo siento, Will Shane, pero ya no puedo seguir callando esto. Tu hijo merece saberlo. Un segundo... ¡¿Qué acababa de decir?! -¿Profesor?- habló Eli, quién ya había...