CAPÍTULO 56

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Los dos bajaron las escaleras y caminaron por el último pasillo antes de salir de la academia.

—Y entonces nos dijeron que el mes que falta para la presentación la podremos trabajar en casa. ¡Es genial!

—Eso veo —le respondió su padre mientras se acomodaba por tercera vez los rollos de tela que sostenía entre sus brazos.

Aurora rio.

Twila llevaba ya una hora de haber partido al museo en Cornualles junto con Zip y los demás. Y tanto Aurora como su padre sabían que era probable que volvieran hasta muy entrada la noche. Por tanto, Aurora había aprovechado para recoger todo su material de trabajo de la academia con la compañía de su padre.

Y mientras él cargaba todos sus rollos de tela, ella sostenía únicamente una caja con los hilos, listones, agujas y demás cosas que usaba para trabajar.

Richard Croft paró por cuarta vez y volvió a acomodarse los rollos de tela. Aquello no era lo que un padre promedio esperaría hacer después de haber regresado de un viaje de negocios, pero para él, compartir esos pequeños momentos con sus hijas era algo a lo que jamás podría negarse. Y además, los últimos meses había pasado muy poco tiempo con Aurora, y aquello, por más extraño que pareciera, era una forma de compensarle esa falta de atención de su parte.

Habían muchas personas que calificaban su relación de padre-hija como fría. Algunas de ellas decían que Richard Croft era demasiado tosco y autoritario incluso con su familia, por esa razón también creían que Twila prefería estar lejos de casa.

Y había quienes todavía insinuaban que Twila era grosera y ruda con Aurora, todo porque creían que ella le tenía rencor por no haber sido una hija legítima. Y, según ellos, conllevaba a que constantemente estuvieran en una eterna rivalidad.

Solo las personas íntimas de la familia sabían que aquello no era cierto. Que no había ninguna rivalidad entre Aurora y Twila y mucho menos su padre era alguien frío.

Lo único que Aurora percibía era que su padre sentía una leve preferencia por Twila. La había sentido casi desde el momento en el que llegó a la mansión. Cosa que Twila no parecía percibir.

Sabía que su padre hacía todo lo posible para darles exactamente la misma cantidad de amor a las dos. Pero ella sabía que la balanza siempre se inclinaría más hacia Twila.

Por eso era que siempre atesoraba y disfrutaba al máximo de esos pequeños momentos que pasaba con su padre. Ya que ella no podía, o simplemente no quería admitir, que cada vez se estaba sintiendo más sola. Con su madre ocupándose de la niña hindú y de sus fundaciones, su padre poniéndose al día con sus empresas, y Twila ocupada con todo el asunto del artefacto y su nuevo hermano. Ninguno de los tres tenía suficiente tiempo para ella.

Y aquello, aunque no lo pareciera a simple vista, la hacía sentirse cada vez más fuera de lugar.

Evan era la única persona que todavía tenía algo de tiempo para ella.

—Invité a Sonia a la mansión, pero no quiso ir.

—¿Ah, sí? ¿Y por qué no? —preguntó Richard Croft, extrañado.

Aurora se rascó la nuca, apenada.

—La invité a ver la cabeza del tiranosaurio.

—Aurora, sabes que no puedes llevar a nadie a la Sala de Trofeos sin mi autorización.

—No la iba a llevar a la verdadera Sala de Trofeos, solo a donde está la cabeza del tiranosaurio. Pero ella me dijo que también le da miedo la mansión.

—Bueno, si no le gusta la mansión mucho menos va a querer ver el tiranosaurio.

—Tal vez tengas razón.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora