CAPÍTULO 95

34 7 3
                                    

Ahora sin Twila se aburría como ostra dentro de la casa. Y con Harriet rondando los alrededores no le venían ganas de salir a caminar. Su única compañía volvía a ser Burpy y se sorprendió al descubrir que incluso le hacía falta Aries.

En los últimos días había vuelto a la habitación que le había dado a Twila, para que así, el señor Croft ocupara la habitación de su tío. Ya que a él no pareció afectarle ese pequeño detalle tanto como a Twila.

Siguió mirando al techo, sobre su cama, aburridísimo y sin nada que hacer. Toda una ironía considerando que ya era técnicamente un adulto.

—Al menos legalmente, porque para el señor Croft sigo siendo tan insignificante como antes —se dijo.

Se estiró alargando todas sus extremidades y luego se sentó. Pasó una mano sobre su rostro intentando aplacar un poco la sensación de aburrimiento y soledad que sentía.

Desvió la mirada hacia la envejecida caja de zapatos que había llevado consigo a la habitación y que había puesto sobre la mesa de noche.

La tomó y la colocó sobre sus piernas cruzadas, le quitó la tapa. Las hojas apiladas seguían en su interior, como seguramente lo habían estado la última vez que su padre la vio, hacía tantos años.

Pero de todo aquello lo que más le llamaba la atención era el dibujo de la bebé. De Twila sin duda.

Tomó la hoja en sus manos y delicadamente repasó con la yema de su dedo índice los trazos que su padre había dibujado. Le resultaba extraño que su padre supiera dibujar. Y si lo pensaba detalladamente podía atraer a su memoria algunas ocasiones en las que le pidió ayuda con alguna tarea escolar que involucraba algún dibujo. Su padre siempre, con una mirada de pesar, lo instaba a que lo dibujara él excusándose con que él era mejor dibujante.

¿Acaso lo lastimaba tanto la idea de hacerlo? ¿O era que... no quería recordar a Twila?

Siguió repasando los trazos, dándose cuenta de lo similares que eran a los de Twila. Y se percató también de lo suave y paciente que había sido puesto cada uno.

«Paciencia», se dijo a sí mismo.

Había sido paciente, había sido cuidadoso y muy detallista. Y estaba seguro de que si su padre representaba lo que veía de la misma manera en la que Twila lo hacía, entonces ese dibujo era ver a Twila. Cuando era una bebé.

Ese dibujo significaba demasiado, y no solo por la paciencia y dedicación, sino porque Eli también detectó otro sentimiento, otro que estaba tímidamente representado.

«Amor», pensó.

Su padre había querido a Twila. Y eso era precisamente lo que contradecía todo lo que Twila había creído toda su vida. Era justamente lo que al principio la había llevado a tratarlo como lo trató, y a desconfiar de él.

Ella siempre había creído que toda su familia la había despreciado y desechado. Que a nadie le había importado. Y ahora venía a descubrir, del propio puño y letra de Will Shane, que no había sido así.

Que al menos él sí la había querido.

Y era eso lo que no entendía. Twila tendría que haber estado feliz. Tendría que haber tomado mejor ese descubrimiento. Pero en lugar de eso había huido de ahí. No había querido asimilarlo.

El recuerdo de su rostro pálido y su mirada herida se clavó en su corazón. Le dolía porque sabía que, en otro tiempo, y en otro lugar, ella había soňado con ser reconocida, con que su madre la reconociera como hija. Y de cómo aquel sueño de pertenencia había ido muriendo lenta y obstinadamente. Al punto de resignarse a la dolorosa idea de que no encajaría en ningún sitio.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora