Secretos de un Shane

CAPÍTULO 114

—Lo siento quien quiera que hayas sido en el pasado —se disculpó el hombre con el hueso, presumiblemente un fémur, que debió de pertenecer a alguien en algún momento.

Con él en mano se acercó a la orilla del suelo de roca que sobresalía del mar de Agua Oscura debajo de él. Se acuclilló y hundió el hueso en la parte menos honda.

Comprobó angustiado que cada día que pasaba el hueso se hundía cada vez más.

Escuchó ruidos.

—No puede ser.

Soltó el hueso que se terminó de desintegrar en el Agua y corrió entre las rocas para esconderse en una diminuta cueva en la que se había estado refugiando todo aquel tiempo.

Cada día se sentía más débil.

Y la comida que escasamente conseguía se estaba terminando.

«¿Cuanto más podré resistir así?», se preguntó.

No por mucho tiempo.

Y lo sabía.

No sabia realmente en dónde estaba ni cuánto tiempo había estado ahí.

No sabía ni siquiera qué tan cuerdo estaba.

Solo sabía que esos gigantescos monstruos cada vez estaban más cerca de encontrarlo.

El solo salir unos segundos le suponía un gran riesgo. No quería saber lo que sería para él alejarse más para conseguir comida.

Se sentó en el suelo y puso las escasas ramas que había conseguido. Tomó las dos rocas: Rodney y Luis, como las había llamado, y las friccionó una contra la otra hasta que las chispas encendieron las ramas.

El fuego apenas ardió, pero le sirvió para encontrar aunque fuera un poco de calor.

Sintió que alguien lo miraba.

Empezó a temblar, cerró los ojos, y abrazó sus rodillas.

—No lo mires, no lo mires.

Pasó temblando durante horas, sin abrir los ojos y sin moverse.

Y para cuando al fin tuvo el valor de abrirlos... él todavía estaba allí.

El niño peliazul todavía lo miraba fijamente. Todavía triste. Pero ahora vio algo más. Estaba demasiado lejos como para que pudiera reconocer un rostro tan diminuto... pero hubo algo en aquella piel blanca, como la porcelana, que lo hizo cerrar los ojos. Y lo hizo temblar con más fuerza.

—No los mires, no los mires.