CAPÍTULO 55

35 5 0
                                    

⟨⟨ La tormenta era espantosa. Las nubes negras, la nieve espesa y el fuerte viento hacía que a los pilotos se les dificultara observar el panorama más allá de algunos cuantos metros por delante de la cara del avión.

Miranda y sus hijas de catorce años se encontraban sentadas en algunos de los sillones del avión privado que Richard Croft había alquilado para que viajaran y lo alcanzaran en el Tíbet.

Una gran gala se había organizado en las delegaciones arqueológicas de Katmandú, Nepal, y Richard Croft había sido uno de los invitados. No obstante, él se encontraba en Grecia en el instante en el que recibió la invitación. Y el tiempo con el que contó no le fue suficiente para que pudiera regresar a la mansión y les avisara personalmente sobre aquel evento.

Sin embargo, se encargó de hacérselos saber. Y también se encargó de arreglar todo lo necesario para que las tres pudieran asistir junto con él a aquella gala.

Miranda y Aurora se sintieron entusiasmadas. La primera porque iba a reunirse con su marido y la segunda porque la idea de una gala le pareció de lo más encantador y emocionante.

En cambio, Twila no se sintió muy contenta. Y no solo porque tuvo que dejar a Aries al cuidado de Evan, quien al fin y al cabo era la persona en la que más confiaba el cuidado de su mascota. Sino porque las galas no eran lo suyo. Y aunque ya había aprendido y puesto en práctica gran parte de su educación "refinada", lo cierto era que aquello le provocaba escozor.

En ese instante, tanto Miranda como Aurora se encontraban abrigadas con gruesos abrigos acolchados. Twila, por otra parte, llevaba algo mucho más ligero. A ella el clima invernal le resultaba sumamente agradable. A diferencia de su madre y hermana, quienes, si no estuvieran usando esos abrigos, en pocas horas morirían de hipotermia.

Aurora se había vuelto sumamente vivaz, cosa que seguía contrastándose con el carácter de Twila, que seguía siendo reservado, pero a pesar de todo, no había quien lograra separar a una de la otra.

—Que nadie haya capturado uno no quiere decir que no existan.

Aurora se encontraba sentada junto a su madre, con cuaderno en mano. Los últimos días había estado dibujando en su recién adquirido cuaderno de dibujos.

Su madre había descubierto que su hija tenía un gran talento para dibujar y diseñar ropa. Así que, aparte del curso escolar, la había inscrito en una academia de costura. Y después de la jardinería, aquel se convirtió en el segundo pasatiempo preferido de Aurora.

Pero en esa ocasión en particular, había dibujado una serie de bocetos de Yetis, todos inspirados en las leyendas que Twila le había contado sobre la existencia de esas criaturas en el Himalaya.

—¡Cierto! —corroboró alegremente Miranda mientras acariciaba amorosamente el cabello de su hija—. Aunque es posible que no quieran que los encuentren, he oído que son bastante feroces.

Aurora rio.

—Los Yetis solo lo aparentan, probablemente no les guste pasar tanto frío. A mí tampoco me gustaría. ¡Tú qué opinas, T!

Twila volteó a verla después de escuchar su nueva y muy reciente abreviatura.

—No lo sé, jamás he visto uno. Pero en cuanto lo encuentre te lo cuento. —Twila le guiñó un ojo.

Aurora volvió a reír. Saltó del asiento y se sentó junto a Twila.

—Dime, T, ¿qué te parecen mis nuevos dibujos?

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora