CAPÍTULO 58

34 7 2
                                    

No sabía cómo había conseguido tener tanta suerte, pero Aurora lo agradecía.

Había conseguido librarse del mar de preguntas de Twila después de que regresara de Cornualles y de que Vladimir se hubiera ido de la mansión luego de escrutar severamente y de pegar el grito al cielo después de que se enterara de la travesía "heróica" que su padre realizó para sacar a Radha de la India. Eso sí, había escuchado atentamente todo lo que tuvo para contarle.

Y tal y como supuso, su padre seguía sin estar de tan buen humor. Así que no era ni remotamente buena idea dejar que descubriera a su pequeño polizón.

La noche ya había caído, y bajó discretamente hacia el garaje, Pongo, como había decidido llamar al cachorro, a su silbido salió de su casita y, encantada, le dio un beso en la cabeza.

—Mira lo que te traigo, Pongo. —Y le enseñó algunas croquetas que Aries siempre se rehusaba a comer. Él prefería la comida recién cazada.

El cachorro las olisqueó en su mano, y después comenzó a comer.

Pongo era buenísimo. El animal aún no ladraba. No hacía nada, excepto dormitar sobre la limpia y seca manta que le había puesto.

Cuando acabó de comer le dio otro beso sobre su diminuta cabecita, le ajustó su pequeña bufanda para ayudarlo con su tos perruna, e hizo que se metiera de nuevo en su casita. Salió del garaje con rumbo al comedor.

La cena ya estaba servida.

Y durante el transcurso de la comida Aurora estuvo súbitamente callada. Y su padre, a pesar de darles libertad a las dos, sabía cuando algo estaba sucediendo en su casa.

Y Richard Croft notó a la perfección un aura de extrañeza y conspiración que envolvía a la banda y a su hija. Las únicas que parecían ajenas a aquella situación eran su esposa y Twila.

«¡Y cómo no!», pensó. Twila y Miranda jamás se entrometían con Aurora y, peor todavía, Twila ya se había dejado influenciar por el niño Shane.

Quiso ignorarlo, pero una parte de él presentía que algo no iba bien.

**********

Dos horas habían transcurrido y Aurora quiso dejarle más comida a su pequeña mascota.

—Estás enfermo, pero aún así eres todo un comelón.

Pongo comía sobre las piernas de Aurora, mientras recibía las amorosas caricias de ella.

—No toques a ese sucio chucho, Aurora, ¡por el amor de Dios!

Aurora pegó un brinco al escuchar la severa voz de su padre. Volteó vertiginosamente y lo vio allí, a unos cuantos pasos de ella, como un gigantesco obelisco indestructible, impenetrable. Uno con los brazos en jarra dispuesto a reñirla.

Rio nerviosa.

—Hola, papá.

Él arqueó una ceja.

—Creí haber dejado claro que ¡no! Quería a ese animal aquí.

—Pero, papá... —Un ruidito salió de la garganta del animal y, divertida, se agachó. Agrandó los ojos al ver que el cachorrito estaba asustado—. Papá, no grites. Estás asustando a Pongo.

—¡Pongo! ¿Le has llamado Pongo?

—Pues sí. ¿Aque es muy monooooo?

Sin dar crédito a lo que veía, Richard Croft arrugó la cara. ¡Qué manía tenía de hacer eso! Pensó Aurora.

—¿Pero qué lleva en el cuello?

—Está resfriado y le he hecho una bufanda —aclaró, encantada.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora