ESPECIAL

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Este capítulo está situado en el rango de tiempo en el que Twila dejó Canadá y el tiempo en que Eli iba terminando sus trámites legales. Pensé mucho para hacerlo y publicarlo porque no lo creí lo suficientemente importante para ponerlo dentro de la historia, pero luego me pareció interesante.

Espero que lo disfruten.

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Comprobó que la temperatura de su café fuera de su agrado. Comprobó su sabor, y... descubrió que esa cafetera de cuarta preparaba su café demasiado aguado.

Frunció el ceño y refunfuñó.

¡Él! ¡El gran Richard Croft! ¡Un magnate, un empresario, un exitoso explorador y arqueólogo! ¡Él tenía que estar en esa maldita casucha cuidando de un mocoso!

—¡Las cosas que tengo que hacer! —se dijo y miró de nuevo con desdén a aquella cafetera que un hombre acababa de ofrecerle en la puerta de la casa y que él había sido tan imbécil de comprar—. En mi defensa es la primera vez que le compro algo a un vendedor ambulante.

Tomó la taza de café y arrojó su contenido en el lavabo.

Ese día parecía que su frustración no tenía límites. Eli seguía roncando como rinoceronte en su habitación y lo peor era que aquello apenas lo había dejado dormir.

¿Cómo diantres consiguió Twila soportarlo?

Era un mísero niño del que Twila pudo, o bien deshacerse, o dejarlo en Bajoterra para que siguiera buscando una inútil idea para encontrar a su padre.

No había necesidad de padecer todos esos dolores de cabeza por alguien por quien no pagaría ni un céntimo ni mucho menos un penique.

¿Y cuánto había gastado ya Twila?

¡Era ridículo!

¡Era absurdo!

¡Era...

—¡Ay!

La sartén le había vuelto a salpicar aceite.

Sin duda aquel no era su día.

Enojado, se dirigió al comedor dispuesto a iniciar una huelga de hambre hasta que su suerte mejorara.

Se sentó en una de las sillas y abrió su portátil para conseguir distraerse un rato.

—Solo una semana más —se dijo.

Según Leonardo todo iba bien. Y eso significaba que solo tenía que aguantar a ese problema siete días más.

El pensamiento lo alegró.

La siguiente hora se la pasó revisando correos y mensajes con su cliente prospecto.

La propuesta de una recuperación en Tailandia le pareció tentadora, sin embargo, la actitud recelosa al no querer mostrarse en persona le molestó y encendió una alarma.

Tendría que ordenarle a Zip que investigara un poco más.

El timbre de la puerta sonó.

Richard Croft miró en esa dirección y frunció el ceño al pensar que era otra vez ese vendedor.

Cerró su portátil y se dirigió a la puerta, la abrió con desición y con su peor cara oteó el exterior.

No encontró a nadie.

Su enojo aumentó.

Dirigió una mirada hacia el suelo y encontró un sobre.

Richard ladeó la cabeza y se preguntó si lo habría dejado aquella extraña jovencita que le había preguntado si era el famoso "tío" de Eli y que casi a diario le dejaba una caja de pastelillos de melocotón.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora