CAPÍTULO 66

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La noticia de las desapariciones de Christian y Jonathan Hamilton aparecieron el día siguiente en el periódico y luego en la televisión local.

Todos los pobladores estaban indignados con las pruebas encontradas en su casa. Todo indicaba que, después de haberse embolsado grandes cantidades de dinero de distintas caridades en los últimos años y, por supuesto, también de la noche anterior, se había largado con su hijo a vaya saber dónde.

La policía había iniciado una búsqueda exhaustiva para dar con el paradero de esos dos estafadores.

En la mansión Croft todo amaneció, aparentemente, normal. Salvo por el silencio que Twila había encontrado cuando se levantó muy temprano ese día. Como era su costumbre, aunque en los últimos meses había tenido muy poco tiempo para hacerlo, se puso un chándal y salió a correr.

Surrey era un conjunto de varias colinas que en verano eran verdes y en otoño se volvían doradas. A Twila le gustaba correr cuando apenas había amanecido y el aire seguía siendo frío. Una densa niebla lo rodeaba todo y no veía de dónde venía ni a dónde iba, lo que le daba gran sensación de libertad y evasión. Y como contrapartida, también la hacía olvidar. Y necesitaba despejarse de los acontecimientos del día anterior.

Se detuvo en medio de un prado, jadeante y sudorosa. La niebla empezaba a disiparse y los primeros rayos de sol empezaban a filtrarse entre las nubes.

Aquellas tierras eran de la propiedad de su familia y ningún trabajador debía estar allí a aquellas horas.

Cuando consideró que había corrido ya lo suficiente como para dejar de pensar en lo mucho que estaba enojada con Cameron por haberse desaparecido de la nada y volver a aparecerse de la nada, regresó a la mansión.

(...)

—¿Evan? ¿Dónde está todo el mundo? —Twila miró a su alrededor, sorprendida. No se oía ni una mosca en toda la casa, y eso era extraño, pues aunque no quisiera se había acostumbrado a oír corretear de un cuarto a otro a la niña hindú, que estaba recuperando poco a poco su infancia; o a Pronto canturreando algunos poemas mientras Kord suplicaba misericordia. Y tampoco había visto a Eli después de despedirse de él la noche anterior. En cambio, vio a un contrariado Evan, a una temerosa Aurora sosteniendo a Pongo y a Zip...

—¿Zip, qué estás haciendo? —le preguntó.

El hacker estaba amontonando una pila de libros ordenadamernte, levantando un muro entre él y los demás, que estaban en el centro de la Sala de Trofeos. A Twila le sorprendió que tanto la sección subterránea como los mecanismos para abrirla estuvieran al descubierto y accionados. ¿Que Evan no los había limpiado ya?

—Protegiéndome, preciosa —acabó él de colocar los dos últimos libros y desapareció detrás de la muralla—. Hala, suelta la bomba ya. Si no sobrevivo, recuerda que me debes diez pavos de la cena de ayer —le exigió Zip a Aurora.

Twila puso los ojos en blanco otra vez.

—Ya está bien. ¿Me van a decir de una vez qué está pasando aquí?

Evan se contrajo, Aurora inspiró de nuevo y empezó a retorcerse las manos en el regazo, un gesto de nerviosismo e inseguridad muy propio de ella.

Un denso silencio acompañó la pregunta. Twila inclinó el rostro y se llevó la mano a la cintura. Exigiendo una pronta respuesta.

El mayordomo fingió un aire inocente:

—La señorita Deli aún duerme. Ayer acabó muy cansada por las lecciones de literatura y...

—Sí, sí, es verdad, también vi a mamá y papá desayunando, pero... ¿y la banda?

Evan bajó la cabeza, enrojeciendo. Era malísimo para fingir. Zip se colocó un casco de protección. Al final farfulló con la boca pequeña:

—Se han ido... y-y... y se han llevado a Excalibur con ellos.

—¡¿QUÉ?!

Zip se encogió tras la pila de libros y masculló:

—¡Allá vamos!

Twila se había quedado rigida, mirando fijamente a Aurora, que sonrió con aire culpable y se encogió de hombros.

—¡Tú! —estalló Twila, girándose hacia la muralla de libros—. Tú también te enteras ahora, ¿no?

—Buuuh, ¿eso es todo lo que vas a hacer? —respondió la vocecilla del hacker—. Me decepcionas, Croft. Venga, pórtate mal como solo tú sabes.

Aurora carraspeó.

—Nos acabamos de enterar. Cuando Evan entró a la Sala. Vio todo abierto.

El venerable anciano levantó entonces la vista para fijarlo en el rostro estupefacto de su ama, y entonces la vio enrojecer de furia. La oyó susurrar:

—¿Que Eli y la banda se han ido? ¿Sin decirme nada?

No dijo nada más. Se ahogaba de la rabia. Dio media vuelta y como un huracán ascendió por las escaleras. Evan fue tras ella para calmarla.

—Verá, señorita, puedo explicarlo...

—¡Eso espero!

—Su padre se ha levantado esta mañana. No tardó demasiado en darse cuenta de que ellos no estaban. Así que me mandó a revisar la Sala de Trofeos. Todo estaba abierto.

—Pero, ¿por qué? ¡Después de haberlos acogido en casa! ¡A Eli y a su... su...!

Antes de que se le ocurriera soltar alguna atrocidad, el mayordomo intervino con rapidez:

—Es seguro que han partido hacia Nepal. Con el localizador que Zip les puso en las lanzadores ha sido capaz de encontrarlos.

Twila no salía de su indignación. Ya en su habitación empezó a despojarse del húmedo chándal con furia, sin acordarse de que Evan estaba delante. Con cortesía, el anciano abrió la puerta del armario para ocultarla de su vista.

—Verá... —continuó él cada vez más nervioso—. Su padre a sacado la conclusión de que su hermano y los demás querían ir a Nepal a resolver su asunto pendiente. Ya sabe, encontrar la Llave de Ghalali para rescatar al señor Will Shane. Y para conseguirlo han sustraído la Espada y se han marchado poco después de que se fueran a la presentación de mi señor. Ppe-pero al final a... sido como... usted quería.

—¡¿Como yo quería?! ¡Se han marchado sin decirme una sola palabra! ¡Sin decírmelo a mí! ¡¿Cómo se atreven?!

—Bueno... si me permite el atrevimiento, señorita... usted dejó bien claro que quería que el señor Shane se marchara cuanto antes, y que no le interesaban para nada sus asuntos una vez que él consiguiera lo que necesitaba. A su padre, claro está.

No hubo respuesta. La puerta del armario se cerró despacio y tras ella apareció el rostro de Twila, que estaba roja de rabia. Casi daba miedo.

—Espero que tú no hayas tenido nada que ver con este complot, Evan.

Pero el mayordomo mantenía la vista fija en la punta de sus zapatos y no la levantó de ahí.

¿Qué le molestaba en realidad?, ¿que Eli se hubiera ido sin despedirse, que se hubieran robado a Excalibur abusando de la buena fe de Evan al enseñarle a Eli cómo abrir la Sala de Trofeos, dándole así un portazo a ella en las narices, o que hubieran emprendido una aventura por su parte dejándola a ella fuera, sabiendo que era lo que más le heriría en su orgullo? ¿O era todo a la vez?

Ya más tranquila, Twila anunció:

—Me voy a Nepal. Si creen que pueden darme el esquinazo y dejarme tirada como ropa vieja, se equivocan. Sea lo que sea lo que quieran hacer, no van a dejarme fuera de esto. ¡Bueno sería que prescindieran de mi! Ya veremos quien ríe el último...

Mientras se metía dentro de la ducha soltando juramentos y maldiciones, Evan, aún con la cabeza baja, quedó preocupado por cualquier tontería que ella pudiera cometer.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora