CAPÍTULO 96

34 7 1
                                    

Fue fácil para Twila calmar sus emociones alborotadas una vez que el avión anunció que habían dejado de pisar suelo canadiense.

Se sintió terriblemente mal por dejar a Eli, pero no lo soportaba. ¡No soportaba estar un segundo más bajo el mismo techo que ocupó ese maldito anciano!

Así que ahí estaba, devuelta en Inglaterra. Confiando en que Eli y su padre supieran comportarse. Aunque conociendo a su padre, jamás le haría nada a Eli a menos que llegara a un límite insostenible. Y dudaba que eso sucediera.

La banda había preguntado por su lider, y ella les había respondido que estaba bien. O eso esperaba a esas alturas. Realmente no sabía si su padre ya habría hecho erupción volcánica.

«Lo siento, Eli», pensó.

Los primeros días se encerró en su habitación y pensó en las nuevas declaraciones que había descubierto.

No había conocido a Will Shane. Y siempre había creído que su existencia no le había importado. ¿Y por qué lo haría? Ella... solo había sido un proyecto, una idea, una intención. Algo totalmente desechable. No había razón alguna por la que su padre la hubiera querido. O si quiera la hubiera visto como a alguien vivo, consiente, con sentimientos.

Aquello la desconcertó. La desconcertó demasiado.

Sobre su cama, cerró los ojos un momento e intentó imaginarse cómo habría sido su vida si hubiera sido una humana, una por completo. Y si hubiera crecido con Eli. Si si quiera hubiera sido una niña.

Descubrió que le era imposible pensar en esa idea. No porque no quisiera hacerlo, sino porque no conocía nada de una vida normal, como la de las demás personas que poblaban la Tierra.

Ni siquiera sus comienzos con los Croft fue normal.

Ella se había acostumbrado a sobrevivir, priorizando entre lo que quería y lo que necesitaba. Sus cortas estancias en su reino era cuando peor lo pasaba porque de las dos veces que se le proporcionaba comida solo obtenía una. Así que había acostumbrado a su cuerpo a comer lo menos posible, a sustentarse con pequeñas porciones. Y en invierno era cuando la Guardia dejaba de proporcionar alimento, así que ella debía arreglárselas para conseguir dinero y seguir sobreviviendo. Y ya que los soldados pasaban muy poco tiempo en el reino les era difícil conseguir un empleo, al menos, a los que no contaban con el apoyo de sus familias. A veces tenía entre dos y tres trabajos. Y como lo hizo con la comida, acostumbró a su cuerpo a resistir con contadas horas de sueño.

Cuando aceptó quedarse con los Croft, sus prioridades cambiaron de sobrevivir con lo que encontrara, a conseguir agradar a su padre y no causar problemas. Había iniciado una rutina en la que cumplía cada una de sus ordenes y su voluntad. Todo por el miedo que sentía. Ella bien podría haber metido sus pertenencias en una bolsa y salir sin dejar rastro. Se sentía pequeña y vacía solo de pensar que su presencia fuera tan insignificante que pudiera desvanecerse y que nadie sabría que una vez había estado allí.

Por eso cuando su padre la había iniciado a educar, ella se había puesto de empeño aprender todo con rapidez, sin equivocaciones, sin pedir una segunda explicación. Jamás. Ayudaba con los deberes de la casa y se aseguraba de que todo estuviera tan pulcro como a él le gustaba.

Con los meses su padre pareció darse cuenta y la regañó por esperar tan poco de él.

Le costó demasiado terminar de confiar plenamente en su padre, pero lo hizo. Pero en el fondo sabía que algo había quedado rezagado dentro suyo.

Ella no era normal. Y nadie iba a cambiar eso.

Detuvo sus lúgubres pensamientos al escuchar un sollozo casi inaudible.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora