CAPÍTULO 69

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Tras cerrar la puerta a sus espaldas, se apoyó en ella y se quedó mirando la habitación, sin fijarse en nada en particular.

Luego respiró profundamente, varias veces.

Inspira. Expira. Inspira. Expira.

Con pasos vacilantes, se dirigió al baño mientras se iba sacando, distraídamente, la ropa, pieza por pieza. Se deshizo lentamente la trenza. Luego se metió en la ducha. No lo necesitaba particularmente, pero lo cierto era que el agua cayendo sobre ella, deslizándose por todo el cuerpo, le resultaba reconfortante. No supo cuánto tiempo permaneció bajo el agua corriente, apoyada con ambas manos contra la pared de la ducha, la mata de cabello mojado cubriéndole el rostro.

La había traicionado.

El chico del que se había encariñado, de los pocos a los que le había contado la parte más dolorosa de sí misma. El chico al que había salvado. Para el que había decidido estar allí, no importaba para qué, ni cuándo, ni de qué manera.

Aquel chico la había traicionado.

"Quiro encontrar a mi padre, Twila. Y sabes que la única razón por la que acepté tu trato fue por eso. Porque me habías ofrecido tu ayuda".

"Te devolveré la Espada. No es eso lo que quiero, y lo sabes. Solo quiero volver a casa y olvidar esto".

Aquella máscara de furia. ¿Habría querido herirla de verdad con aquellas palabras? ¿A ella? ¿Cómo se atrevía? ¿Quién se había creído que era?

Podría haberse defendido. Podría haberle partido la cara, y debería haberlo hecho. Pero estaba demasiado impactada. Media hora después todavía se encontraba digiriendo lo que acababa de ver y escuchar.

Ese chico se había vuelto un desconocido para ella.

¿Cómo confiar en él otra vez, después de lo que había hecho? ¿Cómo saber si a la próxima se volvería otra vez contra ella?

No podía ser. Él no era así. ¿Había perdido la cabeza o qué?

No se dio cuenta de que estaba hiperventilando hasta que oyó su propia respiración acelerada. Tragó saliva, apretó la mandíbula e intentó controlarse. No iba a venirse abajo. No de esa manera.

Cerró el grifo y salió de la ducha, envolviéndose en una toalla. Sin molestarse en secarse el pelo, se dejó caer en la cama, boca abajo. Había sido una bendición que nadie la hubiera molestado desde que había pisado Inglaterra. Sin importarle ya el paradero de la banda, aunque confiaba que, al menos, siguieran en Nepal...

¿Confiaba? ¿Qué más le daba, ahora? Que se fueran al infierno si querían. No quería volver a ver a Eli.

Notó que un sollozo le subía por la garganta y se tapó la boca de un manotazo. No iba a llorar. No iba a echarse a llorar como una estúpida lady.

«Contrólate», pensó.

«¿Por qué nunca me escuchas?», recordó.

Agarró las sábanas en un puño y las retorció.

«Contrólate».

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora