CAPÍTULO 33

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Una, dos, tres horas.

Aunque la cama era extremadamente cómoda y el diluvio de afuera ya se había terminado, Trixie seguía sin poder consolidar el sueño.

No paraba de pensar en tantas cosas, cosas que no hacían sino hacerla sentir egoísta. Porque en lugar de pensar en cómo ayudar a Eli a sentirse seguro de que serían capaces de encontrar a su padre, solo pensaba en la primera impresión que se llevó de Aurora.

¡Tirársele encima a Eli! ¿Cómo se le ocurre?, mejor dicho, ¿cómo se atreve?

¿Y por qué le fastidiaba tanto?

Y para acabar de amolar, el tal Richard Croft les había confiscado las armas.

¿Para qué?

Trixie se sintió sofocada. Se sentó en la cama, y después de una batalla interna, decidió salir de la habitación.

No se sentía cómoda. Quería agua.

Caminó por los pasillos con la seguridad de que ya todos estarían dormidos. Todo el pasillo se encontraba tapizado con una inmensa alfombra roja. Así que eso le resultó útil a la hora de intentar pasar desapercibida.

Pero al parecer se equivocó, porque a la distancia pudo ver una puerta abierta, de la cual se veía la luz encendida.

Se acercó poco a poco, intentando no hacer ruido, cuando de repente, escuchó a dos personas hablar. Así que se escondió en el marco de la puerta para escuchar la conversación.

«¿Desde cuándo soy tan metiche?», se preguntó, molesta.

No era que le gustara el cotilleo, pero tal vez podría dejar de ser una lanzadora profesional por un rato para pasar a ser una investigadora profesional.

Y tal vez podría conseguir algo de información.

—No tenía idea —dijo Twila, quien estaba sentada en una de las sillas del despacho de su padre. Le gustaba estar cómoda. Así que siempre tendía a dormir con una blusa de tirantes y un pantalón corto. Y casi siempre se mantenía descalza. El clima templado de Inglaterra la hacía sentir incómoda durante las noches si usaba zapatos.

Richard Croft, quien estaba ordenando mapas en lo que parecía ser una INMENSA mochila de explorador, respiró profundamente.

—Así es. El rey murió hace menos de un mes.

Twila desvío la mirada, incómoda.

—El padre de Carlos.

—Creí que la Gran...

—No lo hizo. Tú eres el primero que lo menciona.

Twila tomó aire. A pesar de realmente no conocerlo por completo, sabía que, para Carlos, su padre era como la mayor y mejor creación que Caliza pudo tener.

«Seguramente estará sufriendo», pensó.

«¡¿Y eso qué?! ¿Por qué piensas si está sufriendo o no? ¿Acaso a él le importó si tú sufrías?», le recriminó su conciencia.

—¿Twila? —Richard Croft se maldijo por dentro. Sabía que para Twila, el nombre de Carlos era algo tan innombrable como lo era el de su padre.

—¿Ah? —Twila volvió en sí.

—Siento habértelo dicho.

—No importa, pero, ¿podemos cambiar de tema?

—Claro. ¿De qué quieres hablar?

—¿En serio les hiciste eso? —preguntó Twila. Intentando olvidar el dato de hacía un momento.

Carlos ya no tenía nada que ver con ella. No después de lo que hizo.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora