CAPÍTULO 70

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Aquello era el colmo ¡y ya había llegado al límite!

Le había perdonado todo a Twila hasta el momento, pero ya era suficiente. El que se peleara con Aurora por un estúpido mocoso ya era el colmo. Que Aurora estuviera en un mar de lágrimas en su habitación ya era el colmo. Que ni siquiera Pongo y Calamar fueran capaces de calmarla ya era el colmo.

Twila tendría que responder por ese comportamiento absurdo. Y lo haría.

No se molestó en tocar la puerta, entró sin más, eso sí, haciendo el ruido suficiente para que ella supiera que era él.

Estaba molesto. Vaya que lo estaba.

—Twila —la llamó.

La encontró debajo de las sábanas. Completamente cubierta.

Sabía que eso era lo que ella hacía cada vez que no quería que nadie la molestara. Pero esta vez lo iba a escuchar, queriendo o no.

Se acercó a ella, molesto, pero se detuvo antes de arrancarle la sábana... Twila había empezado a dar vueltas en la cama y a dar patadas, gimiendo, como si se peleara contra un enemigo invisible.

—¿Twila?

Lo inundó un terrible presentimiento. Estiró los brazos y la sostuvo para evitar que siguiera retorciéndose. Entonces soltó un jadeo de sorpresa. Ardía. Estaba ardiendo.

Twila volvió a gemir, como en una pesadilla.

—¡Twila!

¡Maldición! Él sabía lo que era.

Era lo que tanto había luchado por evitar.

Se apresuró a quitarle la sábana... y se encontró con una escena dantesca.

La piel de Twila había palidecido hasta parecer la hoja de un papel, y lo único que la diferenciaba de la sábana era que estaba empapada en sudor. La nariz le sangraba por ambas narinas, dos hilos rojizos que serpenteaban por sus labios y se escurrían cuello abajo. Era evidente que apenas podía respirar. Y se golpeaba el pecho, una y otra vez, como si quisiera arrancarse algo que la estuviera asfixiando.

—Maldición —repitió una vez más antes de dejarla en la cama y salir corriendo de la habitación.

No sabía qué pensar.

«Mira que lo hablé con Eli. Mira que le dije que no quería que le complicara la vida a mi familia. Mira que me va a tocar partirle la
cabeza».

Necesitaba ayuda. Nunca había visto a Twila recaer de aquella manera. Y no sabía qué hacer.

Recorrió los pasillos a toda velocidad. Encontró a Miranda, pero apenas le prestó atención. No escuchó lo que le dijo. Siguió adelante hasta que encontró a Zip.

—¡Zip! —llamó con toda la calma que le quedaba.

El chico saltó del asiento.

No le dio tiempo a responder, continuó:

—Trae hielo. Mucho hielo. Llévalo a la habitación de Twila —ordenó.

—¿Pero qué está pasando? —le preguntó Miranda.

¿En qué momento lo había alcanzado?

Richard volteó hacia ella y le dijo:

—Twila enfermó.

**********

Y entonces apareció Dakota.

Se presentó sin avisar, sin ser llamada. Al menos no explícitamente.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora