CAPÍTULO 81

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¿Por qué Twila no mentía?

Eli miró las letras, fórmulas y ecuaciones, y sintió unas terribles ganas de vomitar.

—Ah, no. Acabo de encerar el piso —lo regañó Twila desde la cocina.

Eli rodó los ojos y dejó caer la cabeza sobre los libros.

—¿Quieres dejar de encerar el piso? Me romperé el cuello si me resbalo.

Twila rodó los ojos, tomó los dos platos de comida y los llevó a la mesa.

—Bien, señor Shane —le dijo ella poniéndole el plato de comida a un lado de los libros—. Usted gana —caminó a la cocina de nuevo, tomó otros dos platos hondos y les dio de comer a Aries y a Burpy. Los dos se acercaron y comenzaron a comer como locos.

A Twila le sorprendió que esos dos comenzaran a llevarse bien.

Eli se tomó un respiro de los asfixiantes libros, los cerró y dejó la calculadora y los lápices sobre ellos antes de apartarlos a un lado y acercar su plato de comida.

Miró a Twila un momento. Ella se encontraba consintiendo a Aries. Sonrió. De alguna manera esa situación le recordó la vez en la que despertó en aquel hotel cuando Twila lo salvó. Sin embargo, un recuerdo más reciente invadió su mente y formuló una monumental incógnita. Todo producto de lo que sucedió después de que salieran de la delegación.

Leonardo los había invitado a comer para discutir lo que seguiría en la solicitud de emancipación. El restaurante que eligió fue uno sencillo, bonito, pero discreto. Él se sintió un tanto incómodo al descubrir algunas caras conocidas que lo miraban con sorpresa y curiosidad. El abogado le explicó que una vez que terminara los exámenes no había problema para que le entregaran la emancipación. Aquello lo alegró, pero hubo un pequeño detalle que notó y que le pareció verdaderamente extraño: Twila se mantuvo prácticamente todo el tiempo callada. Algo que era sumamente extraño en ella. Pero aquello lo habría pasado por alto sino fuera porque, en varias ocasiones, pilló a Twila mirando de reojo a Leonardo. Y lo que fue peor, una de las veces que Leonardo lo notó, ella se sonrojó. ¡Ella!

Aquello fue verdaderamente extraño. Jamás había visto a Twila sonrojarse técnicamente de la nada... a menos que...

Sacudió la cabeza.

No. Aquello era imposible, ¿cierto? Era imposible que Twila se sintiera atraída por alguien mucho mayor que ella... ¿estaba en lo cierto?

—¿Sabes hasta qué hora cierran la biblioteca? —escuchó que ella le preguntó.

—A las diez, creo. ¿Por qué? —le preguntó él llevándose un bocado a la boca. Inexplicablemente sintió la necesidad de hacer que la comida se le alargara toda una eternidad.

—Necesito trabajar —le respondió ella sentándose a la mesa y acercando su plato de comida.

Eli frunció el ceño.

—¿A estas horas? Twila, tienes que dejar de desvelarte tanto —miró de nuevo el plato de comida y recordó súbitamente un dato—: ¿en dónde dormiste anoche?

—¿Ah?

—Hablo de... ¿en qué habitación te quedaste? —le preguntó preocupado—. Estaba tan cansado que olvidé por completo ofrecerte un lugar para dormir. Lo siento.

—No importa, Eli.

—Sí importa —le echó un vistazo a la reluciente casa—. Solo ha pasado un día y prácticamente te has hecho cargo de absolutamente todo —soltó un suspiro—. No necesitas hacerlo, Twila. Sí, me siento bien de tener tu apoyo, pero que te encargues de todo me hace sentir... un inútil.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora