CAPÍTULO 109

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Eli jamás se había sentido tan angustiado y tan frustrado como aquella mañana al tomar el vuelo que los conduciría a México. Y aquello lo desconcertó y lo frustró todavía más de lo que ya estaba, porque realmente, no había absolutamente nada que lo hiciera sentirse así.

Después de que Twila arreglara el asunto con los oficiales y los bomberos, y después de que todo quedara en una fuga de gas, que, irónicamente, fue lo que realmente ocasionó el incendio. Y tras sobornar a varias autoridades y dictarles una historia inventada de cómo había muerto el profesor de un balazo, y tras entregar el cuerpo, todos regresaron a la mansión Croft y empacaron lo que necesitaban lo más rápido que pudieron antes de la salida del avión.

Sin embargo, en ese trayecto de tiempo, y del poco que llevaban en el avión, Eli sintió que algo no andaba bien.

Algo le había pasado a Twila.

Normalmente ella solía ponerle la cabeza
como un bombo en los vuelos a fuerza de tecleos en su laptop mientras organizaba el hospedaje, el transporte, los permisos para acceder a los lugares en donde entraban, establecía citas con sus contactos más cercanos para que la ayudaran a agilizar sus cosas, y también terminaba exasperándolo con su impaciencia, y cuando el vuelo se hacía demasiado largo terminaba rematando con el personal del avión que le insistían que apagara el aparato.

Pero la persona que tenía sentada al lado en aquel momento permanecía silenciosa a inmóvil, a ratos mirando por la ventanilla, a ratos dormitando levemente. No quiso comer, no quiso dormir, y contestó a todo con monosílabos hasta que eventualmente se quedó dormida.

Y era aquello lo que no lo dejaba tranquilo. Sabía que algo malo le estaba pasando. Algo emocional como en Canadá, porque aparte del balazo en la pierna que había sanado con facilidad, no había sufrido ninguna otra herida.

Y era ese silencio. Esa renuencia a hablarle lo que lo estaba perturbando. Lo que lo estaba hiriendo.

Y no tenía ninguna intención de presionarla para que hablara. De todos modos, ya sabía todo lo que tenía que saber. Estaba enfadada con Natla. Estaba enfadada con su doble. Estaba enfadada con Samantha. Estaba asustada por no saber en dónde estaba su figura paterna y, a sus casi diecinueve años, no sabía cómo manejar ese enfado y ese miedo. Aun después de tantos años de haber vivido, no sabía cómo lidiar con sus emociones. Tal vez culpa de Richard Croft por suprimir o eliminar todo lo que creía que a Twila la pondría en un estado así. Y ahora en consecuencia a ella no le quedaba de otra que encerrarse en sí misma para evitar enfermarse.

Por primera vez, ninguna de sus peticiones y protestas era atendida. Ni bien, ni mal. Y simplemente no sabía cómo reaccionar.

Así que, por su parte, Eli aprovechó aquella repentina calma para reflexionar él mismo.

Pero le fue imposible.

Y eso fue otra cosa que lo enfadó.

Le fue imposible no sentir celos. De no ser egoísta al pensar, y estar seguro, de que si Richard Croft estuviera sentado en donde estaba él, Twila no habría tardado ni medio segundo en hablar con él y decirle todo lo que a su hermano no le quería decir.

Y era eso lo que le molestaba.

Era eso lo que realmente detestaba.

¿Cuántos meses habían pasado ya juntos? ¿Cuántas intimidades habían compartido hasta ese momento?

¿Acaso no había estado él cuando enfermó en Canadá? ¿No había sido él el que se partió la cabeza tratando de entender qué le pasaba?

¡Había atravesado una tormenta solo para encontrarla!

¡Le había arañado casi toda la cara cuando intentó calmarla!

Y aún así ella no confiaba en él.

Y ese era el otro asunto.

Twila confiaba en él. El problema era que no confiaba lo mismo que confiaba en Richard Croft.

¡Y ese hombre ni siquiera era su verdadero padre!

¡Era a él a quien Twila tenía que darle su confianza! Era con él a quién Twila tendría que contarle todo lo que no pudiera contarle a nadie más.

Pero no.

Ella no confiaba lo que más le perturbaba, ni a Aurora, ni a Miranda, ni a Evan, y mucho menos a él. Siempre era con Richard Croft. Solo con Richard Croft.

Y aquello le provocaba celos. Unos celos ridículos e infantiles. Pero los sentía. Y ya no solo por él. Sino que también sentía celos por la persona que ocupaba la posición de su padre. Sentía que Richard estaba usurpando ese lugar que no era suyo. Sentía que se lo había robado y que Twila se lo había permitido.

La parte egoísta de su mente, tal vez llevada por la mala relación que tenía con el arqueólogo, pero quería que Twila dejara de querer a Richard Croft, que no confiara en él, que se alejara. También quería que Twila dejara su vida en la Superficie y se fuera con él y con su padre, el verdadero, a Bajoterra. Había muchas antigüedades allí, y podría ser una arqueóloga también.

También quería que Twila aceptara que Will Shane la había querido. Quería que ella lo dejara contarle todo. Quería que en cuanto lo encontraran aceptara crear una relación con él. Quería que lo quisiera.

No quería que ella lo abandonara al final.

Y tal vez aquella era la verdadera razón de todos aquellos ridículos pensamientos.

Luego su mente caía a la realidad y se daba una bofetada mental por pensar de esa forma.

Él no era egoísta, o al menos, no quería serlo.

Sabía que Twila no dejaría su vida en la Superficie. Que no quería a Will Shane. Que no sería feliz en Bajoterra. Que amaba la familia que la vida le había dado.

Y sin embargo, él quería seguir estando ahí. Mientras pudiera. Quería ser alguien importante en la vida de Twila. Quería que aquella relación de sangre que había entre los dos pesara más que la relación de convivencia que tenía con Richard Croft. Quería que Richard dejara de ocupar el lugar de padre que solo le correspondía al suyo.

Cerró los ojos y dejó escapar el aire.

Demasiadas tonterías pasaban en su mente últimamente.

Twila hablaría cuando se sintiera cómoda. O simplemente se olvidaría de aquello como normalmente lo hacía.

Sea como fuera.

Él no era bienvenido esta vez.

Y tendría que respetar su desición. Tendría que seguir al margen como ahora sabía que siempre lo había estado.

Por supuesto, sabía que Twila lo quería. Pero ahora entendía que el cariño que sentía no era mayor al miedo de perder la estabilidad y la seguridad que un extraño le había ofrecido.

Ya ni siquiera lo enojaba la relación que tenía con Aurora, por supuesto que no. Eso él lo entendía. Twila cuidaba y amaba a Aurora como intuía que hubiera deseado que Carlos lo hiciera. Tampoco le molestaba su relación con Miranda, porque al fin y al cabo, su verdadera madre sí no la había amado y había renunciado a cuidarla y protegerla, dejándola sola y a su suerte.

Pero Will Shane sí la había amado, y estaba seguro de que si al encontrarlo le contaba todo. Le contaba que Twila estaba viva, entonces él la aceptaría y no la abandonaría como tuvo que hacerlo en el pasado. Pero ahora era Twila la que no quería saber nada de él, ahora era ella la que lo odiaba aunque no se lo dijera.

Ahora sentía que eran demasiadas emociones para él.

Y la extraña sensación de desprendimiento volvió a invadirlo.

La sensación de que estaban cerca de separarse otra vez. Y esta vez para siempre.

Y tal vez sí fuera así.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora