CAPÍTULO 94

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Corrió detrás del automóvil en movimiento.

La lluvia caía a su alrededor.

El viento soplaba y amenazaba con llevárselo.

Él siguió corriendo detrás del automóvil que se alejaba cada vez más.

Lloraba desconsolado.

No quería estar solo.

No quería que lo abandonaran.

No quería.

No quería.

Tropezó en la acera y cayó al suelo.

Con los ojos nublados por las lágrimas miró desaparecer el automóvil por la carretera.

En el suelo. Empapado por el agua. Y con un desgarrador dolor en el pecho. Estiró la mano en un inútil intento de detener la soledad que se avecinaba.

Pero fue inútil.

Lo habían abandonado.

Estaba solo.

Sumido en el dolor, dejó caer el rostro y estalló en llanto.

(…)

Eli despertó de golpe y quedó sentado en la cama. Sudaba frío y titiritaba a causa de la agitación.

Se llevó una mano al pecho. Su corazón latía acelerado y apenas era capaz de respirar.

Se llevó ambas manos a la cabeza y repitió una y otra vez:

—Tranquilo, Eli. Tranquilízate.

Las manos le temblaban.

Estaba asustado. Verdaderamente asustado. No por algún ruido inesperado. No porque se encontrara enfermo o indispuesto.

No había ninguna razón para despertarse aterrorizado. Pero se despertó absolutamente aterrorizado.

Siguió jadeando, empapado en sudor, y miró a su alrededor. Ya era de día. La luz inundaba el lugar y todo parecía estar en orden.

No había nadie en la habitación. No había nada fuera de lo común. Entonces, ¿por qué estaba tan aterrorizado?

¿Por qué el miedo lo atenazaba como una garra en la garganta y le subía a oleadas por las piernas?

Tardó un segundo en darse cuenta de qué era lo que lo estaba turbando. Lo que lo había despertado.

No se oía nada. Absolutamente nada.

En las últimas semanas se había acostumbrado a las pisadas de Twila en toda la casa, mientras limpiaba, mientras lo regañaba por no levantarse. También se había acostumbrado a su voz mientras hablaba por teléfono, mientras golpeaba la punta de uno de sus pies en el suelo.

Pero ese día no había nada.

Estaba solo. ¿En dónde estaba Richard Croft?

«¿Qué eres, un gallina».

Salió de la cama pateando las sábanas y salió descalzo de la habitación.

No podía quedarse allí. El silencio era demasiado horrible. Buscó en las habitaciones. No había nada. La habitación en donde Twila se había quedado estaba, por supuesto, limpia y ordenada, y no había señales de que Richard Croft se hubiera quedado ahí. Y dudaba bastante de que su cuerpo hubiera cabido en la cama.

Bajó al primer nivel y tampoco había nadie. Pero sí notó una manta pulcramente doblada sobre uno de los brazos del sillón.

Richard Croft había dormido en el sillón.

Secretos de un ShaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora