Capítulo ciento tres "Sino es en esta vida, será en otra"

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Esa noche, caí en un sueño profundo que rápidamente se transformó en una regresión. Estaba en el bosque, aparentemente era la cascada escondida a la que Tala y Tayen solían ir.
Ellos estaban acostados en el pasto disfrutando de un momento de paz. La cascada llena el aire con un suave murmullo y la luz del sol se filtraba a través de los árboles, creando un ambiente sereno.

Tala y Tayen se miraron a los ojos, comunicándose sin necesidad de palabras. Era un amor profundo y verdadero, pero también uno que debía mantenerse en secreto.

—Tayen, ¿alguna vez crees que podremos estar juntos sin miedo? —preguntó Tala, su voz llena de anhelo.

Tayen tomó sus manos, apretándolas suavemente.—Lo deseo con todo mi corazón, Tala. Pero sabemos que el camino no será fácil.

—esto no es justo —la jóven bajó la mirada —no quiero a Akecheta, te quiero a ti. No entiendo por qué tengo que casarme con él.

Tayen la miró con dolor en sus ojos, sintiendo el peso de sus palabras.

—¿Crees que yo quiero verte con él? —respondió, su voz llena de frustración—. Cada vez que veo cómo Akecheta te toma de la mano, te abraza y te besa, siento que mi corazón se desgarra. Es como si una llama ardiera en mi pecho, una que me impulsa a lanzarme sobre él y clavarle mis garras.

Tala apretó las manos de Tayen, tratando de consolarlo.—Tayen, no puedo soportar la idea de estar con Akecheta. Quiero estar contigo, solo contigo.

Tayen suspiró, cerrando los ojos por un momento.—Cada vez que los veo juntos, pienso en tomarte en mis brazos y llevarte lejos de aquí. Pienso en besarte y hacerte mía, sin importar lo que piense la tribu, sin importar nada más que nuestro amor.

Tala sintió un escalofrío recorrer su espalda, conmovida por la pasión y el dolor en las palabras de Tayen. Se acercó más a él, apoyando su cabeza en su pecho.—Tay, sé que esto es difícil. Pero no puedo renunciar a nuestro amor. No puedo permitir que Akecheta se interponga entre nosotros.

El castaño la abrazó con fuerza, sintiendo la determinación en sus palabras.—Tala, lucharé por ti. No permitiré que nos separen. Nuestro amor es más fuerte que cualquier tradición o arreglo. Encontraremos una manera de estar juntos.

Tala sintió la intensidad de sus palabras y se incorporó, apoyando las manos en el pecho de Tayen. Sus miradas se encontraron y, sin decir una palabra más, unieron sus labios en un beso apasionado. Era un beso lleno de amor y desesperación, un beso que buscaba desafiar el destino que les habían impuesto.

En ese momento, mientras estaban inmersos en su beso, escucharon un ruido de ramas rompiéndose. Se separaron abruptamente y se giraron para ver a Akecheta, su expresión una mezcla de celos y traición.

—Tala, ¿qué estás haciendo aquí con él? —preguntó con dureza, aunque su tono revelaba más su propia herida que ira verdadera.

Tala se levantó, temerosa pero firme.—No es asunto tuyo, Akecheta —respondió, su voz temblando ligeramente.

Akecheta avanzó hacia ellos, sus ojos fijos en Tayen.—Esto es un insulto a tu padre y a nuestra tribu. ¡Me has avergonzado, Tala!

Tayen se colocó delante de Tala, protegiéndola.—No es culpa de Tala. Si quieres castigar a alguien, castígame a mí —dijo, su voz firme y desafiante.

Cegado por el enojo, Akecheta no escuchó las palabras de Tayen y, sin previo aviso, lanzó un golpe hacia él. Tayen, aunque sorprendido, logró esquivar el golpe parcialmente, pero el impacto lo hizo retroceder.

—¡Basta, Akecheta! —gritó Tala, tratando de interponerse entre los dos hombres—. ¡No hagas esto!

Pero Akecheta, cegado por la rabia, ignoró sus súplicas y se lanzó de nuevo hacia Tayen. Lo que Akecheta no sabía era que Tayen poseía una fuerza oculta, una que venía de su naturaleza lobuna, un secreto que solo Tala conocía.

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