Epílogo

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La habitación del hospital estaba impregnada de un aire de expectativa y emoción. El monitor al lado de la camilla emitía un suave beep, marcando el ritmo de la vida que estaba a punto de llegar. Miré a Scott, quien había tomado mi mano con ternura, y una mezcla de amor y ansiedad se agolpó en mi pecho.

-¿Cómo vas? -preguntó, su voz suave y llena de aliento.

Me acomodé en la camilla, cruzando las piernas lo mejor que podía, considerando que mi barriga ya estaba considerablemente más grande. La incomodidad era parte del proceso, y el espacio se sentía un poco más apretado de lo habitual.

-¿Tú cómo crees? -suspiré, mientras trataba de concentrarme en respirar profundamente para sobrellevar otra contracción que me atravesaba el abdomen. La intensidad del dolor era un recordatorio constante de que el momento se acercaba.

Scott se inclinó hacia mí, sus ojos llenos de preocupación y amor. -Recuerda lo que te dijo mi mamá: cada contracción te acerca más a conocer a nuestra pequeña.

-Lo sé, pero es más fácil decirlo que hacerlo -respondí, tratando de mantener la calma.

Las contracciones eran más fuertes que nunca, y sentí cómo mi cuerpo se tensaba en respuesta. Cerré los ojos, deseando que el tiempo pasara un poco más rápido. Sabía que en cualquier momento podría dar a luz a nuestra segunda hija, y la idea me llenaba de felicidad y nerviosismo a partes iguales.

Scott acarició mi mano y, en ese momento, la conexión que compartíamos se intensificó. -¿Te acuerdas de cuando nació Melody? Todo parecía un torbellino, pero al final fue lo más hermoso que hemos vivido.

Sonreí con nostalgia. -Sí, me ayudaste en el parto.

-Siempre estaré aquí para ayudarte, Han -sonrió, su voz un bálsamo en medio del caos emocional.

Justo entonces, una nueva ola de dolor me atravesó. Mis dedos se apretaron alrededor de su mano, y no pude evitar dejar escapar un gemido. Scott me miró con una mezcla de comprensión y admiración.

-Estás haciendo un gran trabajo, amor. Eres increíble.

Agradecí sus palabras, y al mismo tiempo me pregunté cómo podía sentir tanto amor por él en medio de todo este dolor. Las contracciones comenzaron a espaciarse un poco, y utilicé esos momentos para respirar y relajarme, pensando en el rostro de nuestra hija y en todo lo que nos esperaba.

-¿Crees que esta vez será diferente? -pregunté, tratando de cambiar el enfoque de mi mente al futuro.

-Siempre será diferente. Cada niño trae algo único a la familia -respondió Scott, sonriendo. -Pero lo que no cambia es cuánto la amaremos.

-¿Recuerdas cuando le contamos a Melody que tendría una hermanita? -comenté, mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro.

-Sí, pensó que te la habías comido -reímos juntos, dejando que la risa aliviara un poco la tensión en la habitación. Recordar su reacción me trajo una calidez a la vez tierna y divertida, un recordatorio de lo que significaba ser padres.

En medio de ese remolino de emociones, me di cuenta de cuánto había crecido nuestra familia en tan poco tiempo. Melody, con su risa contagiosa y su imaginación desbordante, había sido la luz en nuestras vidas, y ahora estaba a punto de llegar otra pequeña que llenaría aún más nuestro hogar de amor y risas.

Una enfermera entró en la habitación y verificó los monitores. Me dio una sonrisa alentadora y dijo -Estás progresando muy bien, Hannah. ¿Estás lista para dar la bienvenida a tu bebé?

Scott y yo intercambiamos miradas llenas de determinación y amor. Sabíamos que cada contracción nos acercaba un paso más a conocer a nuestra hija, y aunque el dolor era intenso, estaba preparado para enfrentar todo por ella.

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