Capítulo ciento diecinueve "Hannah McCall"

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Era una noche de luna llena. Scott y yo estábamos en la planta baja viendo una película, disfrutando de un raro momento de intimidad. Melody estaba en su habitación, ya acostada. Todo estaba tranquilo.

—¿Crees que fue buena idea dejar a Stiles solo con Liam? —pregunté, sabiendo que aun estaba aprendiendo a controlarse en luna llena.

—Sí, está todo bajo control —respondió Scott, sonriendo—. Pero por si acaso, tú querías ser hija única, ¿verdad?

Estaba a punto de responder cuando Scott se tensó, su audición de lobo captando algo que yo no podía oír.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

Él no me respondió. Se levantó de un salto y corrió hacia la habitación de Melody. Lo seguí, sintiendo una creciente inquietud. Al entrar, la encontramos en el suelo, retorciéndose de dolor y llorando.

—Papá, ¿qué me pasa? —preguntó entre lágrimas.

Scott miró la luna llena a través de la ventana y luego a Melody.—Es la luna llena, mi amor —dijo, con una mezcla de sorpresa y comprensión.

—¿Qué significa eso? —preguntó, asustada.

—Significa que eres una pequeña lobo como yo —le explicó Scott suavemente.—Estás experimentando tu primera transformación.

—¡Haz que pare, por favor! —suplicó Melody.

Su padre la tomó en sus brazos, tratando de calmarla.—Tienes que encontrar tu ancla, Mel. Es algo que te mantiene centrada y te ayuda a controlar tu transformación.

—¿Qué es eso? —preguntó, todavía en dolor.Scott le explicó mientras intentaba mantenerla en sus brazos.

—Tu ancla puede ser cualquier cosa o persona que te haga sentir segura y tranquila —dijo Scott—. Para mí, tu madre es mi ancla. Piensa en algo o alguien que te haga sentir segura.

De a poco, Melody comenzó a transformarse. Sus ojos brillaron en un intenso violeta, sus garras y colmillos emergieron, sus orejas se alargaron y su rostro tomó un aspecto más animalesco. El dolor y la confusión la hicieron descontrolarse. Intentó zafarse de los brazos de su padre, dejando a Scott visiblemente herido. Me quedé congelada, sin saber qué hacer.

—Cariño, no crees que deberíamos...

—No voy a encadenarla —dijo Scott, claramente dolorido pero decidido—. Melody, escúchame, te vamos a ayudar.

La pequeña logró escaparse de sus brazos, y al ver a su padre tan herido por su culpa, su rostro se llenó de angustia.—Está bien, Hija —intentó tranquilizarla Scott, aunque su voz mostraba el dolor—. Solo necesitamos que te calmes, ¿de acuerdo?

—¡No puedo! —gritó Melody, retrocediendo hacia la puerta—. ¡Papá, no quiero ser un monstruo!

—No eres un monstruo, Cielo —le aseguré, mi voz temblando—. Eres nuestra hija y te amamos. Vamos a ayudarte a pasar por esto.

Pero la culpa y el miedo la superaron, y salió corriendo de la casa.

—¡Melody! —grité, pero ella ya había desaparecido en la noche.

Scott, con mi ayuda, se levantó con dificultad. Sin perder tiempo, salió tras ella, siguiendo su rastro de olor hasta el bosque. Mientras corría detrás de él, mi mente estaba llena de preocupación.

—¿Cómo pudo pasar esto, Scott? —pregunté, tratando de mantener el ritmo—¡Es solo una niña!

—No lo sé, Annieh —respondió, su voz llena de desesperación—. Pero la encontraremos y la ayudaremos. Te lo prometo.

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