Ciento Cuarenta y dos "Oruguita"

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Desperté el sábado por la mañana con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas, creando patrones dorados en la habitación. El calor suave del sol se extendía sobre la cama, envolviéndonos en un resplandor tranquilo. Me moví lentamente, sin querer romper la serenidad del momento, y dirigí mi mirada hacia Scott. Estaba dormido a mi lado, su respiración era regular y tranquila, casi como una melodía suave que me arrullaba.

Con un suspiro, me incliné sobre él con cuidado, tratando de no hacer ruido. Mi mano se deslizó hacia su mejilla, tocando su piel con una ternura que no había sentido desde hace mucho tiempo. Sentí el calor de su cuerpo bajo mis dedos, una sensación familiar y reconfortante. La yema de mis dedos seguía el contorno de su rostro, bajando lentamente por su cuello hasta llegar a su pecho. La camiseta que llevaba para dormir era de un tejido ligero, y mi mano se detuvo en la tela, sintiendo el latido de su corazón.

Scott se movió ligeramente, su brazo se deslizó hacia mi cintura, y me atrajo más cerca, su abrazo era cálido y protector. Sonreí, disfrutando de la cercanía. No había nada como esos momentos de calma absoluta, donde el mundo exterior parecía desvanecerse y solo existíamos nosotros dos.

—Buenos días —murmuré en un susurro, aunque sabía que era improbable que me escuchara. Acaricié su pecho de nuevo, sintiendo cómo su respiración se sincronizaba con el suave movimiento de mi mano. La paz de ese momento me envolvía, y me di cuenta de cuánto necesitábamos estos instantes de intimidad, lejos de las complicaciones y los desafíos que a menudo enfrentábamos.

Mi chico empezó a despertar, sus párpados se levantaron lentamente, y sus ojos se encontraron con los míos. En su mirada, había un destello de sorpresa y alegría al verme tan cerca. Me sonrió, una sonrisa que parecía iluminar toda la habitación.

—Hola —dijo con voz somnolienta, su tono lleno de cariño. Se inclinó un poco hacia mí, y sus labios rozaron mi frente en un beso tierno.

—Hola,—respondí, sintiendo que mi corazón latía un poco más rápido. —Me alegra que estés aquí.

Scott me miró con una expresión que mezclaba sorpresa y ternura. Pasó una mano por mi cabello, y su mirada se suavizó aún más. —Me alegra estar aquí también.

Lo besé en los labios, mis labios apenas rozando los suyos, antes de subirme sobre su cintura. Su cuerpo se tensó ligeramente bajo mí, y me miró con una expresión que mezclaba sorpresa y deleite.

—¿Sabes qué día es hoy? —pregunté, con un toque de picardía en mi voz mientras me acomodaba sobre él.

—¿El día en que te hago el amor en la mañana? —respondió, sonriendo con una chispa juguetona en sus ojos.

—No, un día como hoy hace un año, estaba agonizando de dolor mientras traía a tu hija al mundo —le recordé, mi tono cambiando a uno sarcástico.

Scott se echó a reír, un sonido cálido y familiar que hizo eco en la habitación. —¡Qué tierna! —dijo con un sarcasmo evidente. —Al menos fue el mejor día de tu vida, ¿no?

—Sí, lo fue —respondí, recordando los momentos intensos y dolorosos del parto. —Cuando no estaba gritando o queriendo matarte, claro.

Él rió de nuevo, y su risa se convirtió en una sonrisa amplia y sincera. —Ese dolor valió la pena —dijo, acariciando mi mejilla con ternura. —Y no puedes negármelo.

Su mano, cálida y suave, se posó en mi rostro, su toque era un consuelo profundo. Sus palabras, aunque impregnadas de humor, estaban llenas de verdad. Miré sus ojos, llenos de amor y gratitud, y sentí una oleada de emoción.

—Nunca podría negar lo que vivimos —dije, abrazándolo con más fuerza. —Todo lo que pasamos, el dolor, la alegría, todo lo que significa ser una familia. No cambiaría ni un segundo de ello.

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